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Por: Gerson Gómez

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Las expectativas caseras

Pasamos del pupitre al consultorio psicológico. La exigencia ciega de una directora soberbia y rebasada. Cantidad y calidad en las aulas pilotos, anexas a la normal para docentes.

Horas de estudio para resultados reduccionistas. Ni ritalin ni antidepresivos. En minutos comprende y asocia el conocimiento. Sano físico y mental. Aprobado. Coeficiente no mayor, sino superior al promedio.

Subsanada la condicionante para conservar el pupitre. Ahora nos reclasificarían en el espectro de neurodivergentes. Para apoyo con maestra espejo. 

Millones de infantes pasan por el mismo proceso. Nosotros la libramos. Las fascinaciones de los temas variados y diversos. Es imposible colocar el embudo de la ciencia. Limitar a quienes deploran las características denigrantes del proceso educativo.

El universo con millones de años en evolución permanente. El cerebro en cada generación se adapta a las condiciones. Darwin escribió en sus estudios la supervivencia del mejor preparado.

A las aulas, desde la básica en el jardín de niños, toda una nueva generación de infantes, son el desafío. En muchas ocasiones prefieren no ocuparse de ellos. Colocar la etiqueta de travieso, distraído o violento.

Sin existir evidencia de trastornos en los hogares, directivos y maestros, desechan a aquellos retos de sensibilidad.

Prefieren navegar en las aguas de la mediocridad. No desgastarse. Como polichambistas apenas perciben, después del jineteo de sus dineros por la Tesorería estatal.

El instructor más no maestro, con horas en los turnos matutinos, vespertinos y en ocasiones hasta nocturno, para completar el gasto, ya dobló la voluntad y las manos.

No es nuestro problema, escriben en las notas para los padres de familia. Mejor cámbielo de escuela. Así los neurodivergentes, como nosotros, les buscan otra institución. Aunque quede más lejos del hogar.

Estigmatizados. Lacerada el alma de un niño brillante y sano.