Pan frio
Nuestro tío caminaba 10 kilómetros. Desde la zona popular, su barrio, hasta la zona industrial. En la tienda de la panificadora, a precio reducido, el alimento devuelto de los expendios minoristas.
Ida y vuelta. El mismo trayecto. Bajo los rayos del sol poético de Alfonso Reyes, el de Monterrey.
El pan ya no se observa nuevo. Incluso transpira bajo el celofán. Eso mismo sucede con nuestros medios de comunicación. A lo largo de las emisiones nos ofrecen a los espectadores la noticia fría, enmohecida.
Repiten hasta el cansancio la toma del hecho de actualidad. La envejecen al carecer de visión creativa. Inoculan al interesado a la exasperación. Incluso los infomerciales resultan mejor expuestos y con mayor rotación de ideas.
Debemos de capacitar a los egresados a cursos de actualización idiomática. La lectura obligatoria de temas diversos. Acercamientos al ensayo, la crónica, la entrevista, la reseña y la opinión.
Para quienes aun consumen telediarios, ese segmento tan despoblado, toleran el chascarrillo sangriento, la consulta sobre sexualidad de un personaje de moral cuestionable o la posibilidad a contraer depresión por lo acelerado de la vida menuda.
Es ahora, en este momento, donde se gesta la gran revolución tecnológica. Subir a la avalancha, en la cresta de la ola, con propuestas novedosas.
Del chico sabio incomprendido en su región mental y familiar. Mesas de análisis cada hora, por cinco minutos.
Interpretar el contexto es colorear la aldea global. Si en Houston, después del huracán, pasean tiburones por las calles, por la ruptura de los diques del golfo de México, eso implicará aumento en el precio de las gasolinas importadas.
Seguramente esa óptica nos ayudará a entender el efecto mariposa. Para dejar de consumir pan frio, como el rozón de bala en la oreja de Donald Trump.
