Sorprende la habilidad de seducción. De recibir todo a cambio de nada. Solo palabras. Donde el pagador es ofendido, despreciado hasta lo mínimo.
Tan suculentas cuentas de banco. La ilusión al participar en un juego. Los simulantes pasean por la red. Transfieren cantidades importantes a las beneficiarias. Gastan en diversión. En ropa de diseñador. En las boutiques de los campos Elíseos o de la quinta avenida.
Glamour para escanciar el vino de la juventud. Allá llegan las citas en medio de los complejos de playa solo para adultos en el caribe mexicano.
Los aventajados, solitarios maduros, convierten sus viviendas en paraísos con una, dos o tres compañeras. Rodeadas de finitud, continúan a la pesca de sus siguientes incautos necesitados de atención.
Diletantes y acomedidas sofocan los sistemas de la imparcialidad social. Basan la plenitud en talleres esotéricos, en el pantano de la metafísica y en la ensoñación financiera.
Al adormecer la conciencia, olvidan a sus familiares, a todas sus exparejas.
Lo mismo sucede a la inversa. En las familias de la inexistente clase media y los desposeídos de la tierra.
Acomedidas tántricas en lugares llamados taibol dance. Con alimentos para los oficinistas y empleados de pocas decisiones.
Compran el trago, la copa, la acompañante. Gastan no invierten, sus bonos, el reparto de utilidades, hasta parte de los aguinaldos y de la productividad, de los ahorros anuales.
La pasan a todo dar. Eso le dicen a los incautos. Al ponerse de acuerdo para ir a la salida de la chamba. Para conocer a alguien igual a ellos. Eso sí, con mucha producción y maquillaje. De las chamacas, quienes tienen suerte, con tiempo aire en los programas basura, de la televisión abierta.