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Por: Gerson Gómez: La biblioteca de los hijos de Laurita Garza

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¿Qué hace usted en un libro como éste? de Rogelio Villarreal

Aun cuando se trata de uno de sus libros más decididamente personales —y con eso quiero decir: más arriesgados con respecto a qué contar— es evidente que ésta no quiso ser nunca una celebración ególatra. Tampoco es ese tipo de ejercicio auto exploratorio tan común en los ensayistas que buscan sombra bajo el árbol de Montaigne. No hay aquí una tierna rememoración de cómo alguien ya pintaba desde niño para ser una gloria de las letras, ni tampoco encontramos una puesta en escena para celebridades cercanas al autor entren y salgan a decir un parlamento sin importancia. En este libro la primera persona cumple otras funciones.

Villareal ha sabido combinar la narración personal con los recursos propios del periodismo, y ha sabido aprovechar los alcances y los límites de ambos: está convencido de que la memoria no es suficiente y que la simple relatoría de hechos tampoco lo es. Conoce de sobra el poder y las insuficiencias de la prosa periodística. Cree en la anécdota, la coyuntura, la polémica. Desconfía del incienso que rodea a ciertas figuras intelectuales, del reportero “alternativo”, de la superioridad moral como argumento. A ese periodismo activista, demasiado esperanzado en estar del lado correcto de la historia, Villarreal ha opuesto otro que busca antes que nada la congruencia del oficio.

CONTRATIEMPO de Jorge Alberto Pérez

Contratiempo juega con múltiples caras de la memoria, acelera y pisa el freno al paso del reloj, se cuelga de los husos horarios invitando al lector a experimentar los dobleces y contorciones de le medida del tiempo, un concepto que escurre. La forma resulta tan maleable para el autor como el tiempo para sus personajes. Este volumen suma relatos, poemas, canciones y una novela corta que pulsan play, stop o rewind a su antojo, como si se tratara de una canción eterna de pink floyd. Desde encuentros viciados por el pasar de los años hasta el karma que se vuelve para regresar el mal contenido, o el absurdo de órganos con cualidades extraordinarias –como un pene que produce un valioso elixir, una oreja melómana o un pulmón que abandona el cuerpo que lo hospeda–, contratiempo contiene en sí obstáculos que llevan a los personajes a la frustración, la mala fortuna o la nostalgia. ¿qué es el tiempo?, ¿qué hora es allá? al lector solo le queda dejarse llevar por la ruta que marque el compás de los enredos que resultan de creer tener respuestas y pretender entender todas las preguntas.

Ese espacio, ese jardín de CORAL BRACHO

La escritura poética de Coral Bracho transcurre como la vida misma, teje el hilo del tiempo y ahí mismo, al suceder, se consume. Se hace, se deshace y se rehace como un ciclo natural: por eso su tiempo es también el tempo de un respirar consciente de su milagro vital, de su hilación entre fragmentaciones.

Ese espacio, ese jardín es el escenario donde juegan un entrañable papel personajes como la zorra, el jaguar, el ubicuo bufón, niños chorreando plenitud y un interlocutor al que se dirige la voz poética con amorosa entrega. Es el espacio emotivo de la infancia, que ilumina e incesantemente reentabla un espacio vital. Pero sobre todo es el lugar del portento natural, descrito talentosamente, surcado siempre por finos rayos de luz, brillos y reflejos que lo revisten, de manera simultánea, de una afilada nitidez y de una igualmente afilada certeza de la fugacidad. Pues en ese espacio, en ese jardín, la vida está sustentada en la raigambre de la muerte. El vacío –donde nada ni nadie despierta– es la entidad en la que el tiempo se sostiene y adquiere volumen: se yergue, es una hoja de hierba cuyo nombre es la vida. Bracho ha consagrado sus dones al asedio de esa paradoja. El resultado es el largo poema que el lector tiene en sus manos, el reposado testimonio de una inteligencia poética a la que le fue dado ver, por un instante, el poder generador de lo que no es.

Sombras detrás de la ventana (nueva edición ampliada) Cuentos reunidos de EDUARDO ANTONIO PARRA

Los cuentos de Eduardo Antonio Parra, dijo el crítico Christopher Domínguez Michael, son una hazaña retórica, la de quien practica el arte de volver a contarnos una pesadilla. Infrecuente en cualquier lengua es ver aparecer entero a un cuentista natural, incapaz de confundir al género con sus imitaciones o paráfrasis, convocando al lector a ejercitar el infantil, estremecedor y sagrado “cuéntamelo otra vez” sin el cual no hay experiencia literaria. Ninguno de los asuntos de Parra –la nota roja, los mojados, la estulticia rural, el mundo prostibulario, los desposeídos– eran nuevos ni ajenos a la tradición del realismo mexicano, como se corroborará leyendo desde Los límites de la noche (1996), su primer libro, hasta Parábolas del silencio (2006), acaso el más perfecto, pasando por Tierra de nadie (1999) y Nadie los vio salir (2001), volúmenes agrupados en estos Cuentos reunidos.

En esta nueva edición ampliada, se incluye ahora, también, Desterrados (2013), un libro donde la lengua alcanza registros superlativos.