Las palapas del terror
Se conocieron en un sitio de tambora. Donde los comensales ingieren mares de cerveza, whisky y alimentos del mar. Incluso cientos de kilómetros tierra adentro.
Hablaron, si se puede decir la cantidad de gritos, para hacerse entender entre ellos, los amigos y los meseros del lugar.
Cubrió su cuenta, la de sus amigas y la de él con dinero en efectivo. Los miles de pesos como pequeñeces. Hicieron after en una casa minimalista, entre la parte alta de la ciudad. Hasta allá llegaron en sus autos particulares.
Guardaespaldas al volante, sin desperdicio de tiempo. Los planes del futuro llegaron a instalar las bases en el presente.
Animadas, jóvenes profesionistas, aspirantes de princesas de bar sinaloense, el escote, el encuarte posterior en la espalda baja.
Asimilaron los contactos en la lista de los dispositivos móviles. Empresarios con responsabilidad social. Viajantes entre países. Lo suyo, le dijeron, son las inversiones fuertes en el campo. La especialidad, la agricultura. El oro de los limones y los aguacates.
De ese tamaño para competir por el gusto de los consumidores norteamericanos.
Bailaron hasta entrada la mañana. El champagne, una que otra tacha, una línea de coca, el aliviane. Los primeros besos arrebatados por sus corsarios vestidos de marcas premium de ropa.
A media tarde, en el after sex, volvieron a sus casas. En las partes de la periferia, de clase media ilustrada y progresista.
Ya ligaron con el galán de moda. Con sus amigos, tan apuestos como los actores de las novelas colombianas de la reina del sur.
Suspirantes y activos, en la palapa climatizada, saborean en la memoria, los platillos de la costa del pacifico, afincada muy adentro en la sangre.
