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Por: Gerson Gómez

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El cultivo de la personalidad

Autonombrarse no te convierte en docente. Tampoco publicar con regularidad en periodista. Menos santiguarse frente a Catedral.

Los profesionistas de la comunicación debemos ser concisos, claros y concretos. Jamás pasar al aro del amarillismo o del sensacionalismo.

Nuestra naturaleza implica pulcritud, limpieza y hábitos intachables. Empáticos con quienes la justicia los ignora. Los juicios sumarios solo se tramitan en los tribunales. Dar coscorrones en la portada del medio, en las notas de ocho por consigna, solo sucede para los bravucones, a los cobradores en las oficinas de comunicación social.

El idealismo de la más antigua profesión del mundo se sostiene con pinzas. La decencia pierde brillo en un santiamén. Colocar sobrenombres, imágenes infamantes y después una errata deja al descubierto el culto a la personalidad de los comunicadores.

Nunca y jamás reintegra la posibilidad de resarcir. Destruye los sentimientos nobles de una sociedad convulsionada.

Sacar brillo a los zapatos de los zalameros es pecata minuta. Alimento para las aves carroñeras. Debajo del sol los ciclos repiten las estaciones. Hoy estamos. Mañana no. Queda en las páginas marcadas el legado de porquería.

Tan difícil asomar el nombre, apellido y dignidad. Vamos a un año difícil. Los rastrilladores de estiércol, en televisión, internet, impresos y radiofónicos saben la fórmula mágica de la recapitulación de cadáveres personales en los armarios.

Decir no gracias, a sus campañas de productos electorales.