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Gerson Gómez

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Se va por el resumidero

Amamos a nuestros hijos. Los vemos triunfantes. Como personajes pasando a la historia. Haciendo el bien. Reunidos con sus vecinos. Con la segunda generación de quienes nos rodean en el barrio.

Les perdonamos todo. Incluso no les juzgamos con las leyes del antiguo testamento. Sino como la confianza y bonhomía de los evangelistas siguiendo al salvador. Con el ama a tú prójimo como a ti mismo.

Viajes de estudio. Para mejorar su pronunciación de lengua inglesa. En las redes sociales nos encontramos con las decepciones de sus compañeros generacionales. Consumidores en excesos. En los reventones de la Huasteca, la Villa de Santiago o presos en la PGR.

Largos historiales de anexos. Dolores de cabeza desde los estudios primarios. Cuando hicieron de todo. Torcidos desde el tronco principal. Soberbios. Chantajistas. Enajenados en el uso de sus tabletas.

Interfieren en las relaciones de sus padres. Los llevan hasta el fracaso sentimental. A preguntarse sobre la genética. Despreciar el momento de haberse conocido.

Nuestros hijos, esos modernos psicóticos, saben hacer camarillas de iguales. Se erigen en padrinos insolutos. Las pruebas de las cofradías, de prestanombres, de hampones, lucen para vergüenza de sus padres y de cada uno de sus familiares, tan celestiales, tan barnizados de pureza, como aquella pieza bañada en dorado, al contacto con el agua, se escurre en el resumidero.

Demuestra como fallamos con disciplina corporal. Para educarlos de la manera correcta. Antes de ellos ensuciar nuestro apellido. Y fugarse de la ley.