Los cancheros del Necaxa
En los años 80tas fueron el equipo más ganador. Sus méritos en el terreno de juego los avalaron. También la creatividad de su entrenador. Incluso con integrantes muy poco aseados en sus participaciones.
Daban puntapiés a diestra y siniestra. En el filo del reglamento, muchas de las entradas. En las comisiones de arbitraje contaban con la anuencia de los dueños del balón. Lo importante fue resultar ganador, campeón, por encima del hermano mayor, el América.
Jugar contra el Necaxa y en la capital, en el fabuloso estadio Azteca, desde el primer minuto era ya ir perdiendo.
El deportivismo es nobleza. Por lo menos debería de serlo. Reconocer al contrincante su valor y esfuerzo. Sin premiar al tramposo, a aquel quien sale con la consigna de lastimar al creativo.
De la burla contra los árbitros. Coaccionar a los asistentes a lanzarles objetos. Organizar porras maledicentes. Esperar a los aficionados del otro equipo para intercambiar puñetazos.
El futbol soccer, en muchos de los países del mundo, ha dejado de ser un espectáculo familiar. En las gradas caen sórdidas batallas campales de bestias irracionales. Llevar un conteo de agravios o de personas fallecidas por violencia dentro y fuera del estadio.
Debemos dar el ejemplo a honorabilidad deportiva. Quien en su mente de troglodita le parece bien usar un apuntador laser para distraer o lastimar a un compañero de profesión, incluso connacional, es una vergüenza.
Justificar ese constante accionar demerita a quienes aman al deporte. Cancheros siempre han existido y continuaran. Si no ponemos ejemplo y alto. A eso aplaudimos la sanción contra el mejor portero en México. Polémico y tramposo.