Embajadores de marca
Limitados. Exclusivos. Hechos a la medida de la imaginación. Los avances tecnológicos para cualquier carretera europea. No derrapan. Siguen la línea trazada desde la computadora.
Quienes poseen en sus aparcamientos lo saben. No es un lujo. Sino una necesidad de ir acorde a la época.
Tan solo deben circular unos tres pares de docenas en todo el país. Por la noche surcan el viento en Santa Fe. Por Polanco en algunos de los antros con derecho de privacidad absoluta.
En Nuevo León solo en San Pedro Garza García. Jamás los verás cruzar el túnel de la loma larga. Para sus dueños el pago por derechos y tenencia es insignificante. Lo incluyen en las contabilidades de sus empresas factureras y fantasmas.
Acuden con regularidad a la agencia. Ahí los atiende el mercadólogo graduado del sistema privado de enseñanza superior. A sus mejores amigos les incluye todo tipo de accesorios. Para estar al último grito de la moda.
Cada conductor imagina los recorridos por Mónaco. Rumbo a los grandes casinos. Donde las fortunas acuatizan en yates. Rodeados de estrellas de Hollywood. Deportistas MVP y jeques árabes en búsqueda de aventuras fuera del Corán.
Los embajadores de la marca antes conocidos como vendedores de piso, conocen el árbol genealógico de los poseedores de los vehículos.
No cualquiera pagará los dos o tres millones. El deportivo de la vida o la camioneta para llevar a los chavales al colegio. Hasta en eso existe plusvalía. Son trescientos caballos de fuerza en el motor. Jamás los verá en Neza, Iztapalapa, la Guayulera, el triangulo de Tampico o en la Alianza de Nuevo León.
Quien vende almas conoce el precio de los repuestos o las reparaciones. La garantía extendida y los efectos de la postventa. En nuestro México, tan franciscano y humilde. De chapopote asfaltado y baches del tamaño de cráteres lunares.
Solo el concreto hidráulico de quienes ponen alfombras urbanas en sus municipios irreales.