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Gerson Gómez

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Carnaval de pecados

Premiamos al impostor de uñas largas. Al medico centavero atendiendo al paciente terminal hasta vaciar el seguro de gastos médicos mayores. Si el profesor resulta comisionado y faltista mucho mejor para los estudiantes.

Parece vivimos en un mundo de revés. Hacer dinero a costa de los otros. Sin importar la calidad de ética o moral.

Recordamos con añoro los años de secundaria. Aún se impartía la Histroria del Estado y llevábamos Civismo.

Escuchar ambas materias resultaban interesantes. Era la predica del día a día. Incluso nos comisionaron para asistir al aula menor de la preparatoria 1 a escuchar al periodista Armando Fuentes Aguirre.

Acompañados de papá, Catón montó la disertación desde el primer chascarrillo. Adolescentes sonreímos de sus personajes. Luego pasó al asunto serio. Por una hora atentos a la destreza para hacer lo complicado bastante simple.

Conocíamos sus columnas, las amistades con el bardo y abogado Plutarco Guzmán, quien también en la sección de cultura coleccionaba perlas de pensamientos nobles.

Ahí en el Colegio Civil escuchamos en voz de otro interlocutor lo cotidiano. Entonces tomó sentido la Historia y el Civismo. Para recordar a quienes precedieron en este lado del cosmos. Las aportaciones curadas en sabiduría, como también en la balanza de los errores.

Civismo ya no fue el libro de colorear. Ni de colocar corazones con el nombre de la afortunada en turno o del chismógrafo para conocer a quien le resultábamos atractivos.

Hemos paseado en vida por un carnaval de pecados. Algunos leves y otros interrogables. Basados en la ocurrencia y en la mentalidad de la pubertad. Ahora mayores, manos no viejos, reímos cuando nos preguntan de algún detalle chusco.

Eran otros tiempos argüimos. Las bombas fétidas o los silbatos en el aula. Las plumas atómicas convertidas en cerbatanas o el encontrar a la niña enamorada hasta acompañar a la entrada a su casa.

Hasta ahí la memoria de esa tarde. Cuando Catón nos abrió los ojos. El salón ardiente de la escuela de verano. El ritmo acompasado del ventilador de techo empotrado en el sillar.