La violencia, un enemigo persistente en el corazón de México
El 2024 sigue tiñéndose de sangre. La violencia, esa sombra que persigue a México desde hace décadas, se manifiesta con una intensidad que no deja espacio para el respiro. Esta vez, Zacatecas y Guerrero se han convertido en los escenarios de una tragedia que resalta la impunidad y el desamparo que atraviesan nuestras instituciones y comunidades.
En un predio cercano al municipio de Valparaíso, Zacatecas, Juan Francisco Bañuelos Márquez, subsecretario de Ganadería y aspirante a la presidencia municipal por Morena, fue brutalmente asesinado. Su muerte no solo enluta a su familia y amigos, sino que también despoja a una comunidad de un liderazgo que buscaba el cambio. Horas después, en Chilpancingo, Guerrero, otro ataque violento sacudió a la opinión pública. Martín Roberto Ramírez Ruiz, presidente del Patronato de la Feria de San Mateo, Navidad y Año Nuevo, fue acribillado junto a un colaborador mientras se preparaba para un evento tradicional. En el mismo atentado, una mujer y un menor de edad resultaron heridos, dejando una estela de dolor y desconcierto.
Estos actos, lejos de ser hechos aislados, son parte de una narrativa nacional marcada por la normalización de la violencia. Cada día, las cifras de homicidios, desapariciones y enfrentamientos armados crecen, y con ellas, también aumenta la desesperanza. Las víctimas ya no son solo números en una estadística; son nombres, historias y sueños truncados.
El discurso oficial, impregnado de frases como “abrazos, no balazos”, queda cada vez más lejos de la realidad en la que miles de mexicanos viven con miedo constante. La estrategia de seguridad parece naufragar ante la falta de resultados concretos. Las regiones que antes eran consideradas pacíficas ahora son campos de batalla, y las respuestas gubernamentales no alcanzan a contener la ola de criminalidad que amenaza con ahogar al país.
México necesita urgentemente un cambio de rumbo. No basta con lamentar las pérdidas ni con prometer justicia en comunicados oficiales. Es imperativo que las autoridades federales, estatales y municipales trabajen en conjunto para reconstruir la confianza ciudadana y garantizar la seguridad. Esto implica no solo fortalecer las instituciones de seguridad y justicia, sino también atender las causas estructurales de la violencia: la desigualdad, la falta de oportunidades y la corrupción que alimenta al crimen organizado.
La violencia no distingue edad, género ni clase social. Hoy, los muertos son líderes políticos y ciudadanos comunes; mañana podrían ser nuestros seres queridos. No podemos permitir que el miedo siga dictando nuestras vidas ni que la indiferencia se convierta en nuestro escudo. Es momento de exigir un alto definitivo a la impunidad y de construir un México donde la paz no sea un privilegio, sino un derecho universal.