El culto al crimen: un peligroso retroceso para la sociedad
En algunos rincones del país, la normalización y exaltación de grupos criminales está alcanzando niveles alarmantes. La reciente polémica en un municipio de Michoacán, donde autoridades locales agradecieron públicamente a un grupo delictivo por la entrega de juguetes, no solo es un acto reprochable, sino también un reflejo de la fractura social que el crimen organizado ha generado en las comunidades.
Más allá del hecho específico, este tipo de acciones envían un mensaje devastador: el poder de los delincuentes se presenta como sustituto del Estado, ofreciendo “beneficios” a comunidades marginadas, mientras perpetúan un ciclo de violencia y sometimiento. La entrega de juguetes no es un acto altruista, sino una estrategia de control y propaganda que busca legitimarse ante una población que, en muchos casos, no tiene acceso a los servicios básicos por parte de las autoridades legítimas.
El gobierno estatal ha reaccionado solicitando la destitución de la funcionaria involucrada y exigiendo una investigación a fondo. Sin embargo, este caso no debe verse como un incidente aislado, sino como un síntoma de un problema estructural que exige soluciones profundas. Es fundamental que los gobiernos de todos los niveles trabajen no solo para combatir al crimen organizado, sino también para fortalecer el tejido social mediante inversiones en educación, salud y desarrollo económico.
El culto al crimen, en cualquiera de sus formas, es un fracaso colectivo. Es una vergüenza que algunas comunidades, olvidadas por las instituciones, vean en estos grupos una alternativa, aunque sea a costa de su propia seguridad y libertad. Este fenómeno no puede ni debe tolerarse.
La condena pública es necesaria, pero insuficiente. Es momento de que las autoridades demuestren con hechos su compromiso de recuperar el control de las regiones afectadas y de devolver a las comunidades el acceso a oportunidades reales de progreso. Combatir la influencia de los criminales no solo pasa por la fuerza del Estado, sino también por la construcción de un futuro en el que ningún niño reciba regalos manchados por la violencia.
El camino es largo, pero cualquier esfuerzo es poco frente al imperativo de devolver la dignidad y la esperanza a quienes hoy son víctimas del abandono y el sometimiento. El culto al crimen no puede ser parte de la narrativa de nuestro país. Por cierto, la señora presidenta no sea manifestado al respecto.