El periódico de la frontera
Fuera de Aztlán todo es desierto. Inculto hasta el punto de la impropiedad. Rancheros enriquecidos en la masacre de los naturales. Empresarios de torres vacías para lavar el dinero. Abogados fiscalistas conocedores de las lagunas legales de la federación.
Quien logra la rebaja en el pago de impuestos nacionales se duchan en el mar de la abundancia.
La fundación del periódico El Porvenir, con su cabezal tan peculiar, del extraordinario colombiano Porfirio Barba Jacob aka Miguel Arenales, varias veces fallecido como sus seudónimos, hizo crecer no solo a los lectores, de una asolada nación en la parte final de la revolución mexicana.
Ante una generación donde solo el 2 por ciento sabia leer y escribir, en la capital del nuevo reino de león, sus hijos pródigos, quienes debían abandonar la capital, Monterrey, para continuar los estudios de Bachilleres y profesionales.
Miles de esos hijos prefirieron asentarse en la capital del país. Hicieron carrera política, académica, bohemia y roce con el conocimiento de los científicos.
En sus retornos fugaces a Monterrey se sorprendían de la calidad de los textos del Porvenir. Cada un de las notas pulcras, detalladas, con un estilo único y ejemplar.
Las casas de los pudientes norestenses subscritos a recibir el ejemplar por la madrugada. Hasta la sección de las historietas para los niños. Truku Tru o Periquita, recuerdan la pureza de una sociedad menos violenta.
Quienes no prevén los cambios se rezagan. Quedan obsoletos. Esa es en breve la relatoría menos densa, tediosa, abúlica y anodina de un medio apenas superviviente en la edición impresa por la cantidad de edictos pagados por los juzgados judiciales.
De otra forma o manera, el periódico de la frontera ya habría sido historia. Como lo son sus tomos saqueados en la Capilla Alfonsina. Usted lo puede comprobar. Donde arrancaron todas las hojas del movimiento de 1968 y del movimiento universitario de 1971 con la Universidad de Nuevo León.