Hablar sin hablar
Solo a los verdaderos constitucionalistas les resulta celebratorio. Nuestra carta magna, de 1917, no queda de ella nada. Tal vez solo el espíritu visionario e ingenuo.
México inundado en sangre. De la lucha revolucionaria. Con apenas el 2% de personas con la capacidad de leer y escribir. País partido en dos. El norte demasiado alejado. En el sueño bandolero de Doroteo Arango.
Centro y Sur, agrarista. Tierra y Libertad de Emiliano Zapata.
Ambos héroes, además de muchos de los generales, resultaron ejecutados por los mismos mensajeros de paz.
No alcanzaron a ver serenado al país. Tampoco el globo terráqueo. Combinada la revolución bolchevique en Rusia. El estertor de la primera gran guerra mundial.
Nuestros brillantes y libertarios representantes trataron de hacer segundo a la carta magna de los franceses.
México rural y poco poblado en las zonas citadinas. Atrasada como colonia del porfirismo. Se vendió la mitad del territorio nacional a los Estados Unidos de América. Desde Antonio López de Santana la vulnerabilidad.
Llego la modernidad. La revolución industrial. Motores de combustión interna. Cinematógrafo. Daguerrotipos. Telégrafo y teléfono solo en las zonas urbanas. El tren llega a los confines del juglar.
Los periódicos chismosean en favor de quienes pagan los anuncios disfrazados como información.
Constitución promulgada el 5 de febrero de 1917. Recuerdo de buenas intenciones. Tan modificada. Monstruosamente a favor de los regímenes sexenales. fantasmagórica y sumisa. Bailarina de tiples y fichera. Nada la detiene. Maquillada para destornillarse de la risa.