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Gerardo Ledezma

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Las amenazas de Trump y el descontento ciudadano en Estados Unidos

En un mundo donde la política internacional parece cada vez más dominada por las bravatas y las amenazas del presidente estadounidense, Donald Trump, países como Canadá han optado por alinearse con las directrices de Washington, incluso cuando estas decisiones parecen más un acto de sumisión que de convicción propia. El reciente anuncio del ministro de Seguridad Pública de Canadá, David McGuinty, designando a siete organizaciones criminales —incluyendo cárteles mexicanos— como agrupaciones terroristas extranjeras, es un ejemplo claro de cómo las naciones se ven obligadas a seguir el ritmo marcado por la administración Trump, aunque ello implique adoptar posturas que podrían considerarse excesivas o incluso oportunistas.

El anuncio canadiense llega justo un día después de que Estados Unidos oficializara su decisión de incluir a cinco grupos mexicanos en su lista de organizaciones terroristas. Esta sincronización no parece casual, sino más bien una muestra de la presión que ejerce la Casa Blanca sobre sus aliados para que se alineen con su agenda, incluso cuando esta carece de un sustento sólido o de una estrategia clara para combatir el crimen organizado. Canadá, al igual que otros países, parece haber optado por el camino más fácil: hacerle el “wana wana” a Trump, como bien lo expresaría el lenguaje coloquial, en lugar de cuestionar o proponer alternativas más efectivas.

Sin embargo, mientras Trump continúa ejerciendo su influencia en la política internacional, en casa las cosas no pintan tan bien para el mandatario.

Una reciente encuesta realizada por Ipsos en colaboración con The Washington Post revela que más de la mitad de los ciudadanos estadounidenses desaprueban la forma en que Trump está desempeñando su trabajo. El 53% de los encuestados expresó su descontento con la gestión del presidente, mientras que solo el 45% la aprueba. Estos números no son menores, especialmente cuando se trata de un presidente que ha basado gran parte de su retórica en la promesa de un crecimiento económico sin precedentes.

El descontento no se limita a la percepción general de su gestión. El 57% de los estadounidenses considera que Trump ha abusado de su autoridad desde que asumió el cargo, y el 53% desaprueba específicamente su manejo de la economía. Estos datos son particularmente reveladores, ya que la economía ha sido uno de los pilares centrales de la narrativa trumpista.

A pesar de las constantes promesas de prosperidad, más del 90% de los ciudadanos está insatisfecho con el precio de los alimentos, más del 70% cuestiona los costos de los combustibles y la energía, y un porcentaje similar está en desacuerdo con el nivel medio de ingresos. Estos indicadores reflejan una realidad que contrasta fuertemente con el discurso triunfalista del presidente.

Mientras Trump sigue amenazando y presionando a otros países para que se plieguen a sus demandas, en casa su popularidad se resquebraja. La encuesta de Ipsos no solo muestra un descontento generalizado, sino también una creciente frustración con las políticas económicas y sociales de su administración. Parece que, mientras el presidente se esfuerza por imponer su voluntad en el escenario internacional, pierde el apoyo de aquellos a quienes debería servir primero: los ciudadanos estadounidenses.

En este contexto, es válido preguntarse hasta qué punto las naciones aliadas continuarán alineándose con las políticas de Trump, especialmente cuando estas parecen más un reflejo de su autoritarismo que de una estrategia coherente y beneficiosa para todos. Canadá, al designar a los cárteles mexicanos como organizaciones terroristas, puede haber dado un paso en sintonía con Washington, pero también ha dejado en evidencia la falta de autonomía que caracteriza a muchos países frente a las exigencias de la administración Trump.

Mientras tanto, en Estados Unidos, la ciudadanía parece estar enviando un mensaje claro: las amenazas y las bravatas no son suficientes para gobernar. Si Trump quiere recuperar la confianza de los estadounidenses, deberá empezar por escuchar sus demandas y trabajar en soluciones reales para los problemas que más les afectan. De lo contrario, su legado no será recordado por sus logros, sino por su incapacidad para conectar con las necesidades de su propio pueblo.