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Gerardo Ledezma

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Cuando la violencia se canta, se normaliza

México está atravesando una crisis que va más allá de las balas y los enfrentamientos. La cultura de la violencia, esa que se cuela en canciones pegajosas, en series exitosas o en videojuegos populares, ha calado hondo en una sociedad que ya carga con demasiadas heridas. Esta semana, el Congreso dio una señal de que al menos una parte del aparato político comienza a reconocer el problema.

En la Cámara de Diputados se presentó una iniciativa que busca modificar el artículo 208 del Código Penal Federal para incluir, de forma explícita, la prohibición de glorificar delitos a través de expresiones culturales. Lo que hasta ahora era un marco legal ambiguo se pretende convertir en una herramienta con dientes, capaz de sancionar la apología del crimen incluso si no hay un acto violento de por medio. No se trata de perseguir ideas, aseguran, sino de frenar la romantización del delito.

La propuesta, impulsada por el diputado Arturo Ávila, no es una ocurrencia aislada. Surge justo en medio de la polémica por la actuación de una banda de música regional que proyectó imágenes de un capo en pleno concierto. El acto fue calificado como inaceptable por la presidenta Claudia Sheinbaum, y no tardaron en llegar las consecuencias: críticas públicas, retiro de visas por parte del gobierno estadounidense y, finalmente, una disculpa apresurada del grupo musical. Aunque intentaron minimizar el hecho, el mensaje ya había sido enviado a miles de asistentes.

Es innegable que la música y el entretenimiento tienen un poder profundo sobre la percepción colectiva. El problema comienza cuando ese poder se convierte en vehículo para exaltar vidas de crimen, lujo y violencia como si fueran aspiraciones legítimas. Es ahí donde se pierde el límite entre la ficción y la influencia, sobre todo para generaciones jóvenes que consumen estos contenidos a diario.

No es la primera vez que se plantea una iniciativa como esta, y seguramente no será la última. Pero lo importante es que esta vez parece haber un consenso más amplio sobre la urgencia de detener el fenómeno. Habrá quien grite censura. Habrá quien defienda la libertad creativa a ultranza. Sin embargo, la pregunta que vale hacerse es: ¿qué clase de país estamos ayudando a construir cuando se aplaude, desde un escenario, la figura del criminal?

Regular no es lo mismo que callar. Y poner límites a lo que puede normalizar la violencia no debería escandalizar a nadie que de verdad crea en la libertad. Porque libertad también es poder crecer sin que los ídolos sean quienes destruyen comunidades enteras.

México necesita nuevas narrativas. Narrativas que no glorifiquen al verdugo ni invisibilicen a las víctimas. Esta reforma, de avanzar, podría ser un pequeño paso en esa dirección.

Por cierto, ¿Dónde carajos está la Secretaria de Gobernación?