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Gerson Gómez

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Cada vez que me voy

Impopular. Cada año debíamos ajustar el reloj biológico. La medida de modificar una hora el reloj. Solo funcionó para los ejecutivos de las compañías transnacionales. Para quienes viajamos en camión significaba salir de madrugada.

Caminar en las penumbras. Las olas humanas en las estaciones. Ni siquiera la ducha con agua al tiempo. Bostezo, prisa y errores de toda forma.

Al retorno. Los aun quemantes rayos del sol. Ningún ahorro significativo en los consumos de servicios eléctricos. Incluso incrementados los costos al bolsillo.

Celebramos el final de la esclavitud del horario de verano. El presidencialismo sexenal anterior oído al clamor. Aun falta para recuperar la dignidad de la pensión para las nuevas generaciones a la deriva.

La ordenanza de primer mundismo condena aun a la infidelidad laboral. Así como la imprecisión del horario de verano lo fue.

Todavía el caos financiero, las enormes vialidades colapsadas, demeritan la calidad de vida en las zonas urbanas. En el campo, quienes lo trabajan, siguen levantándose al canto del gallo.

Las mujeres ya prepararon el itacate de alimentos para sus parejas e hijos. Van a la aventura cotidiana. Ver crecer los sembradíos. Alzar la voz en plegaria permanente por la lluvia. No copiosa para envenenar las parcelas. La justa de humedad.

Cualquier nube en los cielos significa esperanza. Por ahí viene el agua por los cerritos. Cambios de horarios solo en la península de Yucatán, en Sonora y las Bajas Californias.

El turista extranjero avenido a gastar en diversión, amenidades y consumo alto de alcohol.

Solo la frontera norte, los pasos fronterizos, conservan la medida. Todo, para coordinarse con los Estados Unidos de América.

Solo falta eso. La exigencia al gobierno de Claudia Sheinbaum de reinstaurar el horario de verano. O impondrán aranceles por el uso del sol y del tiempo perdido.