
Cuando el silencio huele a químico y el desconcierto cruza la frontera
Por un lado, el agua envenenada que corre en La Talaverna. Por el otro, una familia cruzando fronteras sin que nadie —al menos del lado mexicano— parezca saber por qué. Dos hechos, dos escenarios, y un país que observa, otra vez, desde la orilla del desconcierto.
Claudia Sheinbaum, presidenta de México, admitió públicamente que el ingreso a Estados Unidos de familiares de Joaquín “El Chapo” Guzmán la tomó por sorpresa. “No hay más información que la que ha salido en las notas”, dijo. Lo que no se sabe, duele, pero lo que se sabe por la prensa, hiere. “Esta persona fue extraditada por México en el periodo del presidente López Obrador”, recordó, subrayando que el gobierno estadounidense “debe informar a la Fiscalía”, porque existen carpetas de investigación en territorio nacional.
El silencio pesa cuando debería haber protocolos. Más aún si se trata de figuras vinculadas al narcotráfico, como Griselda López, madre de Ovidio Guzmán, quien también cruzó hacia el norte. “La Fiscalía solicitará información al Departamento de Justicia de los Estados Unidos”, añadió Sheinbaum, confirmando que el gobierno mexicano, una vez más, va por detrás de los hechos.
Mientras eso ocurre al norte, en el noreste del país se sanciona —aunque no se clausura—. La empresa Ternium recibió una histórica multa de 80 millones de pesos por el derrame de sustancias químicas en el arroyo La Talaverna, un castigo que el secretario de Medio Ambiente de Nuevo León, Alfonso Martínez Muñoz, calificó como “único en la historia” de la entidad. El daño ambiental es un hecho: flora, fauna, suelo y agua afectados, según los recorridos e inspecciones realizados desde el 18 de abril.
“El monto se determinó por los daños ambientales ocasionados”, señaló Martínez durante la octava sesión de la Comisión Ambiental Metropolitana. No faltaron las promesas: remediación del cauce, nuevas políticas para mejorar la calidad del aire, combustibles más limpios, zonas de bajas emisiones y fortalecimiento del sistema de monitoreo.
Pero todo eso llega, como en el caso del cruce familiar, después. Después del derrame, después del silencio, después de que el daño está hecho. Y aunque las multas suenan fuerte, lo que no se cierra, lo que sigue operando, deja abierta la pregunta: ¿el castigo será suficiente para evitar la próxima tragedia?
Por lo pronto, el país vuelve a levantarse entre dos líneas: la línea de la frontera, donde la información llega por terceros, y la línea del agua contaminada, donde el castigo se anuncia, pero la confianza sigue envenenada.