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Gerardo Ledezma

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Cuando el crimen actúa y el gobierno calla

México parece haberse acostumbrado al caos. Cada día, las noticias se multiplican con un denominador común: la violencia se ha instalado en la vida pública con una normalidad que estremece. No se trata solo de cifras, sino de escenas dolorosamente humanas, como la de Valeria Márquez, una joven de 23 años, asesinada mientras transmitía en vivo desde su estética en Zapopan. Su historia, truncada de manera brutal, expone con crudeza el estado de vulnerabilidad en el que viven muchas mujeres en el país.

“Es un retiro de visa que se dio pero no tenemos más información”, dijo la gobernadora de Baja California cuando fue cuestionada por su repentina imposibilidad de cruzar a Estados Unidos. “No me va a pasar absolutamente nada por no tener visa”, añadió con ligereza. Mientras tanto, el río de aguas negras que corre hacia el Pacífico desde Tijuana sigue fluyendo, aunque se hayan mostrado avances en la planta de tratamiento financiada por el gobierno federal. La explicación oficial parece tan diluida como el discurso de una autoridad que, en medio de una tormenta diplomática, opta por el silencio conveniente.

Del otro lado, el tema que ha estremecido el ámbito binacional: la llegada a Estados Unidos de 17 familiares de Joaquín “El Chapo” Guzmán, bajo el esquema de “parole”. “Ellos han dicho que no negocian con terroristas, entonces qué pedimos en general, respeto, colaboración, coordinación”, expresó la presidenta Claudia Sheinbaum al ser cuestionada.

La frase, aunque diplomática, no oculta la contradicción de un país que exige respeto mientras calla sobre los acuerdos no oficiales que permiten el paso de quienes están ligados a uno de los capos más notorios del mundo.

En el caso de Valeria, su asesinato ha sido tipificado como feminicidio. La Fiscalía sigue una línea de investigación que apunta a amenazas previas de su expareja. Aún no hay detenciones. El agresor, que la atacó tras confirmar su identidad y huyó en motocicleta, sigue libre. La policía confirmó los impactos de bala en cráneo y tórax; el crimen fue parcialmente registrado en la transmisión que la joven realizaba al momento del ataque. Nada más representativo de nuestro presente: una pantalla iluminada por la vida, apagada en segundos por la muerte.

En este país, cada autoridad parece tener su propia versión de los hechos. “Soy la única gobernadora de Baja California que ha trabajado, que ha invertido en proyectos para ambos lados de la frontera”, se defiende Marina del Pilar. Pero mientras ella responde con logros administrativos, la sospecha y el desconcierto crecen sobre el verdadero motivo de la revocación de su visa. Porque como muchos saben, cuando a un mexicano se le niega el ingreso a Estados Unidos, suele haber una razón clara detrás. Solo que esta vez, nadie quiere decirla.

Entre la omisión y el eufemismo, entre la muerte y la retórica, México sigue avanzando por una ruta oscura. Donde las autoridades agradecen el apoyo mientras la ciudadanía clama justicia. Donde los árboles que dan frutos reciben piedras, pero las raíces del problema siguen intactas. Porque como dijo la propia gobernadora: “Nadie le tira piedras a un árbol que no da frutos”. Pero hoy, lo que se caen no son piedras. Son vidas.