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Salvadoreña Alfa Karina conquista nuevas cumbres físicas y espirituales

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Por Carlos Morales

Montevideo (Mesa Américas).- La reciente conquista del Monte Denali le dejó a la salvadoreña Alfa Karina Arrué mucho más que otro hito personal y algunas vistas espectaculares: le ratificó su certeza de que a la montaña no se le miente, y que la principal cumbre es volver a casa.

“Hay gente que es ‘cumbre o muerte’, pero no para mí, mi mayor cumbre es llegar a casa, con mi familia”, dijo Arrué a la Agencia Sputnik, en conversación exclusiva tras convertirse en la primera centroamericana que corona de manera independiente la mayor cima de América del Norte (6.190 metros sobre el nivel del mar).

La segunda fue la vencida para Arrué (Santa Tecla, 1976), quien hace dos años casi pierde la vida en su primer asalto al Denali, víctima del machismo y la agresividad de unos desconocidos con los que tuvo que hacer equipo, porque los “rangers” (guardaparques) se negaban a darle los permisos para intentarlo en solitario.

Aquella vez quedó atrapada durante días en una tormenta de nieve, sufriendo falta de oxígeno, ceguera parcial y el sabotaje de sus “compañeros”. La tormenta dificultó su rescate, pero finalmente pudo ser evacuada hasta Anchorage, donde comenzó a lidiar con las secuelas físicas y emocionales.

Sin embargo, ni siquiera en los momentos más oscuros dudó en que volvería al Denali. Apenas un año antes había conquistado el Everest, también en una segunda oportunidad, luego de tener que renunciar a hacer cumbre debido a una tormenta en la llamada “zona de la muerte”.

“Después de mi primera experiencia en el Everest sufrí, lloré, estaba frustrada y dolida, pero ahí aprendí a soltar: cuando volví lo hice con el anhelo de la cumbre, pero con la madurez y la comprensión de que tampoco se trata de irse a morir”, comentó.

Abogada, con tres hijos y un esposo que la acompaña en las buenas y las malas -incluso privándose de dulces durante la restrictiva dieta previa-, Arrué tiene muchos motivos para perseguir sus sueños y volver a casa, algo que, como muchas cosas más, se lo han enseñado dos grandes maestras: la vida y la montaña.

RESPETO Y HUMILDAD

“A la montaña no le podés mentir, jamás”, sentenció Arrué antes de compartir con la Agencia Sputnik la dura historia de su ascenso al Denali, que coronó al filo de las 05:30 de la mañana del 13 de junio, tras una noche en la que fue puesta a prueba física y mentalmente.

Le tocó cargar, casi literalmente, con un compañero de expedición que llegó sin la preparación física ni los recursos básicos para encarar un ascenso complejo en lo técnico, que requería algo más que un buen par de piernas y pulmones, y el deseo de llegar.

En Anchorage todo parecía estar bien, y emprendieron el ascenso sin guías, como habían pactado, cargando 150 libras de equipo y provisiones para al menos 15 días. Se esperaba una ventana de buen tiempo que daba buenas vibras, sobre todo para una cumbre célebre por su clima implacable y terreno traicionero.

“Hay cientos de grietas, cubiertas por la falsa nieve, todo se ve blanco y hermoso, pero hay que concentrarse y estar preparado física y mentalmente para enfrentarte a condiciones extremas, porque si no te morís. Y él no estaba preparado”, enfatizó la salvadoreña, que se reservó el nombre de su acompañante.

Los problemas comenzaron cuando llegaron a los 14.000 pies de altura (unos 4.300 metros sobre el nivel del mar), y descubrió que su compañero no dominaba ni la técnica ni el uso de cuerdas y de dispositivos de seguridad, como el “jumar”, el mosquetón, las denominadas “líneas de vida” y el polivalente piolet.

Le tocó a Arrué convertirse en una suerte de “sherpa” de su acompañante, quien poco a poco comenzó a sentir síntomas de hipotermia y “mal de altura”, cayéndose repetidamente y sufriendo alucinaciones.

Con su fuerza física, una memoria muscular forjada en múltiples cumbres y la preparación rigurosa con la que encaró el Denali, Arrué arrastró a su compañero durante horas, enfrentando temperaturas de 15 °C bajo cero y vientos cortantes, pero con la certeza de que podía hacer cumbre, y lo lograría.

EL ÚLTIMO EMPUJÓN

“A pesar de todo, me sentía super fuerte, estaba disfrutando la montaña, el sol de medianoche, una belleza: toda la madrugada el cielo anaranjado y rosado, como un ocaso que duró toda la noche”, evoca Arrué, que grabó en su memoria los escenarios que no pudo fotografiar porque su celular se quedó sin batería.

Tras una falsa cumbre, descendieron a un valle, al filo de las 02:00 de la mañana. “No sentía frío, estaba bien animada y me había propuesto no regresar. Si hubiera sentido que no podía, me regresaba y ni modo, pero me sentía fuerte y decidí seguir”, contó.

Ya en ese punto su compañero no quiso seguir. Tras insistirle en que no dejara de moverse, para mantener el cuerpo caliente, Alfa enfiló a la cumbre, sin celular para “selfies”, pero con el Garmin (dispositivo con GPS satelital) que certificaría su proeza.

“Estaba tan feliz, el cielo era un espectáculo para mi solita, todos habían bajado, fue una cosa maravillosa. Al hacer cumbre recé un par de oraciones, le agradecí a la montaña, y me di la vuelta”, relata Arrué, que encaró la bajada consciente de que sería más complicada que el ascenso.

De entrada, llamó a las autoridades pidiendo auxilio, y durante horas cargó con su acompañante, que para entonces era casi un peso muerto. Al filo de los 17.500 pies llegaron a un punto en el que seguir era un suicidio: tenía “frostbite” (lesiones por congelamiento) en los dedos de sus pies y en el pulgar derecho, con el que pulsaba el Garmin para enviar su ubicación a los “rangers”.

La nubosidad retrasó la llegada del helicóptero enviado a buscarlos, y luego de casi cuatro horas de espera, durante las cuales pesó mucho su concentración para no enfriarse, fueron evacuados y logró vivir para contarlo.

Coronar el Denali no solo sumó una cima a la impresionante carrera de Arrué, sino que reforzó su legado de resiliencia y empoderamiento. Le ratificó además que, lamentablemente, persisten rezagos machistas e incluso cierto racismo en el mundo de la alta montaña, aunque prefiere centrarse en lo positivo.

Por lo pronto, la salvadoreña cicatriza sus heridas y mira al futuro, decidida a saldar su deuda pendiente con el exigente K2 en los Himalayas, y las denominadas “Seven Summits”, el reto de escalar las mayores cumbres de cada continente. ¿Lo logrará? “Primero Dios”, responde, como buena salvadoreña. (Sputnik)

Fuente: https://noticiaslatam.lat/

Foto: https://x.com/alfa_arrue

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