
Las sirenas de auxilio se silenciaron en Navolato. La Cruz Roja Mexicana suspendió sus servicios en esa región de Sinaloa tras el asesinato de uno de sus paramédicos, Obed Jair, de apenas 25 años, quien fue privado de la libertad y posteriormente hallado con heridas de bala en la comunidad de Costa Rica. Aún con vida, fue trasladado a una clínica del IMSS, donde más tarde perdió la vida.
A las puertas de la institución, una manta blanca resume el duelo y la protesta: “Sin socorristas no hay Cruz Roja”. No es una frase simbólica. Es un grito directo que refleja una decisión tomada con pesar, pero también con firmeza ante la falta de condiciones mínimas para operar.
“Se suspende el servicio en la zona al no existir seguridad para el personal”, informó la institución, marcando un precedente doloroso en un país donde la labor humanitaria parece no quedar al margen de la violencia.
La muerte de Obed Jair Reyes López no solo arrebató una vida joven dedicada al servicio, sino que dejó al descubierto la vulnerabilidad de quienes, en teoría, deberían estar protegidos por su vocación de salvar a otros. Hoy, en Navolato, los auxilios no llegarán. Porque en Sinaloa, hasta los paramédicos necesitan ser rescatados.
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