
Aquí los muertos no son asesinados y los magistrados no copian, solo se inspiran
En este país donde lo insólito ya es costumbre y lo grotesco apenas provoca un bostezo, conviene detenerse un segundo a observar lo que nos estamos tragando como si fuera la cosa más normal del mundo. La tragedia en Veracruz y el sainete electoral en el INE lo demuestran: estamos ante un espectáculo que ni la peor ficción podría firmar.
Empecemos con la historia que duele. Una profesora jubilada, Irma Hernández, es secuestrada, forzada a mandar un mensaje a sus compañeros taxistas —rodeada de sicarios encapuchados— y después aparece muerta. La gobernadora Rocío Nahle, con el aplomo de quien cree tener la verdad absoluta, asegura: “Después de ser violentada, desgraciadamente padeció un infarto. Esa fue la realidad, les guste o no les guste”. Como si el contexto de violencia no contara. Como si el corazón se rompiera solo. Como si fuera exageración mediática hablar de encapuchados, amenazas y cadáveres hallados en construcciones rústicas.
Pero el verdadero escándalo, según la mandataria, fue el “que hicieron los medios”. No el hecho de que una mujer haya muerto bajo circunstancias tan turbias. No que las detenciones anunciadas apenas alcancen para delitos menores. No que, a fin de cuentas, el mensaje de terror que el narco quiso enviar lo hayan transmitido todos, menos el Estado.
Y mientras en Veracruz los infartos justifican los asesinatos, en el mundo electoral el cinismo florece con la misma salud. Resulta que más de 200 candidaturas, incluidas varias que ahora ocupan curules, togas y cargos de poder, se vieron beneficiadas por aparecer en acordeones físicos y digitales. ¿Qué hizo el INE? Les cobró una multa. Pero no se asuste usted, que las sanciones se ajustaron “a la capacidad de pago”. Qué sensibles.
Los nombres de jueces y ministras no faltan: Loreta Ortiz, Lenia Batres, Yasmín Esquivel… todos con sanciones que parecen más castigo por estacionarse mal que por reventar la equidad electoral. La consejera presidenta Guadalupe Taddei, por su parte, advirtió que ni siquiera hay “asidero jurídico” para esas sanciones y que, seguramente, el Tribunal Electoral regresará el expediente. Vaya, ni castigo simbólico nos va a quedar.
Pero qué importa si una maestra muere entre amenazas o si quienes nos impartirán justicia llegaron haciendo trampa. Total, el país sigue y nosotros nos acostumbramos. A los videos del narco, a las muertes con explicación forense y a las elecciones con acordeón incluido. Lo de menos es la legalidad, la justicia o la vida. Aquí, lo que realmente nos une como nación, es la capacidad para fingir que nada está pasando.