
Desaparecidos y migrantes: la ceguera institucional ya es estructural (y hasta descarada)
En este México tan conocido por su capacidad de sorprendernos, a veces pareciera que la realidad la redacta alguien con muy mal humor. La cifra de personas desaparecidas rebasa las 130 mil. Casi la mitad de esos casos ocurrieron bajo las administraciones de Andrés Manuel López Obrador y Claudia Sheinbaum, y aún así, el Gobierno de México sigue negando que haya una crisis. Porque claro, lo que no se reconoce, no existe.
Según el Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas, tan solo entre el 1 de enero y el 2 de agosto de este año, 40 personas desaparecieron por día. Y no, no es una metáfora ni un cálculo exagerado. Es un promedio real. Y aun con estos números, el gobierno federal insiste en que aquí no pasa nada sistemático, mucho menos generalizado.
“La División Ambiental va a meter a la cárcel a quien contamine”, dicen por los rumbos de la Macro. Lástima que la misma energía no se aplica con quienes se llevan a mujeres, jóvenes o niños sin dejar rastro. En vez de operativos reales, tenemos discursos cuidadosamente redactados para decir que todo está bajo control.
Mientras tanto, organismos internacionales —como el Comité contra la Desaparición Forzada de la ONU— han hecho sonar las alarmas. En marzo, el colectivo Guerreros Buscadores de Jalisco localizó un campo de exterminio y reclutamiento en Teuchitlán. La ONU activó el artículo 34. Pero aquí, el presidente del Senado, Gerardo Fernández Noroña, encontró más ofensivo el señalamiento que el hallazgo mismo.
Y si hablamos de temas que duelen pero que no ocupan portadas a diario, la migración también merece un capítulo aparte. No solo tenemos un país que no puede proteger a su propia gente, ahora también está fallando en su intento de ofrecer refugio a quienes huyen de la violencia desde otros continentes. Literalmente.
“El patrón comienza a transformarse”, dice Alberto Xicoténcatl Carrasco, director de la Casa del Migrante de Saltillo. Ya no llegan solo centroamericanos: ahora también arriban personas de Asia y África. ¿La respuesta del Estado mexicano? Apostarle a que las casas del migrante hagan milagros con un presupuesto que se evapora. De hecho, como bien denuncia Xicoténcatl, la oficina del ACNUR —que financiaba el 80% del gasto para atención a refugiados— ya no tiene cómo sostenerse. Y claro, México no tiene ningún interés en entrarle al relevo.
A falta de voluntad institucional, hoy operan unas 100 casas de migrantes que hacen lo que pueden: un granito de arena frente a un océano de abandono.
Por si queda duda: los desaparecidos siguen desapareciendo y los migrantes siguen llegando. La diferencia es que el gobierno prefiere taparse los ojos con cifras, aunque estas, como siempre, sean frías… pero ciertas.