
Las efemérides de los relingos
Toda la semana previa usan la red social de Facebook. Crearon grupos especializados. Algunos por zonas geográficas de las urbes. Por gustos personales o necesidades específicas.
Al lanzar el mensaje el logaritmo aparece, indudable, al dar acceso al uso del micrófono y de la cámara, aun sea en segundo plano.
El vendedor averigua del posible adquiriente. De forma transversal visitan los comentarios, la seriedad del perfil. El sábado desde temprana hora, en el punto a convenir. Estaciones del metro, calles del primer cuadro de la ciudad, consecutivas como Padre Mier en Monterrey, los alrededores del centro cultural Martí en Cdmx, próximas a la estación Allende, Zócalo, Buenavista, a la par del mercado del Chopo.
Ahí, hasta la media tarde, la promesa tácita, sin prerrogativas, en efectivo o transferencia comprobable al segundo.
Las burbujas de bazares solidarios, economía informal, apología para llegar tirando al fin de mes.
Ropa de segunda, tuneada, modificada, de marca. Cada detalle cuenta. El oferente clasemediero adepto al fenómeno mejor vendido por unos pesos a lanzarlo en los dispensarios de caridad o a la infamante basura.
Circulación vial entrecortada. Pretendemos avanzar entre el colapso de tránsito. Siempre hay luz al final del túnel. A vuelta de rueda la puntualidad, los cientos de mensajes de WhatsApp.
Para el exorcismo de los errores de la arqueología personal en los hogares, la fórmula de rescatar un fragmento de valor.
Nosotros, los minotauros en el laberinto, en el patriotismo económico, sin aranceles o amenazas punitivas, revitalizamos el trueque. Bing bang. Los particulares llevan la solidaria hacienda, del bautizo imaginario sabatino.
Cada principio de semana aparece, de cuenta nueva, para quienes vivimos en las urbes, el chachareo de la ensoñación.