
¿Dónde demonios está el fanfarrón?
Una vez más, Nuevo León se convierte en escenario de otro escándalo que ni siquiera sorprende. Esta vez la protagonista fue Mina, la osa negra del Parque La Pastora, encontrada en condiciones que cualquier ciudadano con sentido común calificaría como deplorables. Moscas, gusanos y piel dañada; un escenario digno de una pesadilla animal.




Y mientras el mundo se pregunta cómo es posible que algo así ocurra, las autoridades del Parque Fundidora anuncian la destitución de Gustavo Sepúlveda Villarreal, coordinador del zoológico. ¡Bravo! Otro nombre para la lista de los que “pagaron el pato” mientras la negligencia continúa flotando en el aire.
Pero aquí viene lo bueno: la destitución se anuncia a través de un video en redes sociales. Jean Joseph Léautaud Russek, director general del Parque Fundidora, limpia sus manos y se va, pero ¿acaso él no debería también asumir su responsabilidad? ¿O es que basta con un anuncio y listo, yo ya cumplí mi deber?
Mientras tanto, la osa Mina, rescatada de un rancho en 2023 en condiciones de deshidratación extrema, fue finalmente trasladada a la Fundación Invictus en Hidalgo, donde recibirá la atención que debió tener desde hace años. La Profepa confirma su estado crítico: desnutrición, alopecia, engrosamiento de piel y laceraciones abiertas. Todo un catálogo de negligencia que no puede quedar impune.
Y aquí surge la pregunta que muchos se hacen: ¿dónde está el tal fanfarrón que salió hace poco tiempo haciéndola de pedo por unos perros en Santa al igual que todos esos que dicen amar a los animalitos? Ese particular ese “personaje” que parece aparecer únicamente cuando hay oportunidad de protagonismo o cuando algún cliente le paga para armar un escándalo mediático.
¿Acaso su función es solo la de salir en videos y declaraciones, dejando que los animales paguen las consecuencias de la incompetencia ajena? En fin, el que entendio entendio ….
Si queremos ser sinceros, no basta con despedir a un coordinador; hace falta revisar a todo el equipo que permitió que Mina sufriera, hacer rendir cuentas y, sí, exigir renuncias donde corresponde. Porque mientras tanto, la osa —como tantos otros animales— sigue pagando con dolor la ineptitud de quienes juraron protegerla.
Es hora de dejar de hacer novelas mediáticas y enfrentar la cruda realidad: Mina sobrevivió, sí, gracias a la Profepa y a organizaciones comprometidas, pero la verdadera pregunta sigue ahí: ¿quién responde por todos los años de abandono?