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Gerardo Ledezma

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Estados Unidos en pausa: cuando la política interna paraliza al mundo

El cierre del gobierno estadounidense no es solo un problema interno; es un recordatorio de cómo la incapacidad de legislar puede tener efectos globales. Hoy, mientras el Senado no logra un acuerdo sobre la financiación provisional, miles de empleados federales dejan de recibir su salario y los servicios esenciales se detienen. Lo que para algunos era una amenaza latente se ha convertido en una realidad palpable, y el impacto podría sentirse mucho más allá de sus fronteras.

Históricamente, el país ya vivió paralizaciones largas, como la de 35 días entre diciembre de 2018 y enero de 2019, cuando la disputa por la construcción del muro fronterizo con México congeló la administración. Hoy la disputa es distinta, pero igual de dañina: los demócratas insisten en proteger las ayudas para quienes carecen de seguro médico, mientras los republicanos se niegan a ceder. Resultado: un gobierno parcialmente cerrado, millones de personas afectadas y una administración que demuestra, una vez más, que la política puede estar por encima de la ciudadanía.

Los efectos inmediatos son visibles: préstamos para pequeñas empresas detenidos, controles de seguridad alimentaria suspendidos, ayudas para el alquiler congeladas. Los trabajadores esenciales siguen en sus puestos, pero sin salario; y otros enfrentan la amenaza de despidos permanentes. Todo esto, mientras el país se presume “en su mejor momento económico”, según declaraciones de Donald Trump, generando una contradicción evidente entre la retórica y la realidad.

Pero la alarma no es solo para los estadounidenses. Estados Unidos es la mayor economía global, y cualquier interrupción en su aparato gubernamental repercute en los mercados internacionales, el comercio y las cadenas de suministro. México, por su cercanía y dependencia comercial, está entre los primeros en sentir las consecuencias. Lo que ocurre en Washington no se queda en Washington; la política interna del país vecino puede traducirse en problemas de abastecimiento, inversiones detenidas y volatilidad económica regional.

Este nuevo cierre evidencia algo más profundo: la parálisis política del sistema estadounidense y la incapacidad de sus legisladores para llegar a acuerdos que prioricen a la ciudadanía sobre las disputas partidistas. Mientras los legisladores discuten, millones de personas y empresas pagan las consecuencias. Y no hay garantía de cuánto durará: cierres de horas, semanas o incluso más de un mes son posibles, como lo demuestra la historia reciente.

El mundo observa y espera. La pregunta no es solo cuándo se reabrirá el gobierno, sino cuántas economías y vidas seguirán afectadas mientras la política interna de Estados Unidos juega con el tiempo y la estabilidad de todos.