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Gerardo Ledezma

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Un país que se acostumbra al desorden

En México el cinismo ha dejado de ser un accidente para convertirse en costumbre. La desvergüenza política se pasea impune por los pasillos del poder, mientras la justicia y la seguridad siguen atrapadas en el pantano de la simulación. Cada día se acumulan nuevas postales de un sistema que parece haber renunciado a corregirse.

Ahí está el magistrado Felipe de la Mata Pizaña, del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, reconociendo sin rubor que tomará quizá una década comprobar si el proceso para elegir jueces y magistrados realmente mejoró la justicia. Diez años para saber si el remedio funcionó o si solo maquillaron el fracaso. Diez años en los que los ciudadanos seguirán enfrentando un sistema judicial que tarda más en justificarse que en impartir justicia.

En el Senado, otro ejemplo de la banalización del poder: el coordinador de los senadores de Morena, Adán Augusto López Hernández, fue sorprendido mirando futbol en su tableta mientras se discutían temas legislativos. El escándalo no fue el desdén del político, sino la reacción del propio Senado, que desplegó elementos de resguardo para impedir que los fotógrafos hicieran su trabajo. En lugar de explicar el hecho, prefirieron taparlo, confirmando que el reflejo autoritario sigue más vivo que el sentido de responsabilidad.

Mientras tanto, la realidad golpea con fuerza en el frente más doloroso: la seguridad. La Secretaría de la Defensa Nacional reconoce que, de los catorce principales líderes criminales identificados en Michoacán desde 2022, solo cinco han caído. Los demás siguen operando, algunos con una década de ventaja sobre las autoridades. En ese estado —laboratorio fallido de las autodefensas y la militarización— la violencia se recicla con nuevos nombres, viejos métodos y la misma impunidad.

El Cártel Jalisco Nueva Generación, Cárteles Unidos y Los Viagras continúan repartiéndose territorios y economías, mientras los gobiernos cambian de discurso, pero no de estrategia. Los líderes criminales aparecen con nombre, rostro y ubicación en los informes militares, pero siguen libres, algunos incluso más fortalecidos.

Así se dibuja el país del cinismo cotidiano: jueces que piden tiempo, senadores que miran futbol y capos que dictan las reglas. Entre la indiferencia política y la complicidad institucional, México parece acostumbrarse al desorden como si fuera parte natural de su paisaje. Y cuando la desvergüenza se vuelve costumbre, la esperanza empieza a parecer un lujo.