
El cocktail agrio
Paso de la media noche del viernes. Regresa pronto le sugirió mamá. Alexa comulga solo con sus tres hijos. La mayor graduó con honores en la escuela de Artes Visuales. El segundo cursa Arquitectura. Su pilón vaga entre los salones de la preparatoria.
A las dos de la mañana reporta en barra. El rincón gitano. De la calle Guerrero y Marco Polo rumbo al norte de la metrópoli. Apenas pasos delante de la Central de Autobuses. Guarida de forajidos multicolores, travestis de dudosa salud y catrines exfoliando la pelusa de sus memorias.
Compañeras nocturnas, del oficio empedernido en el delirium tremens. La cubeta de cerveza ligera. Agua con 85 calorías. De aquí sale para el gasto de toda la semana. Llegas con un milagro y te regresas con diez mil.
Penumbras con cuatro sillas. La planta alta sirve para los súcubos sexuales, de ocasión. Paga a la barra por pasar a esconderse de las carcajadas musicales de ayer y hoy.
Fantasía animada. Ella añora al desconcertado padre de sus criaturas. La última relación perdurable pausó a los dos años. El ingeniero, le comentan las partisanas del buen querer, ayer estuvo aquí. Te anda buscando. Amarre seguro de besos canjeados con la despensa, los gastos corrientes de la casa.
Vino a vivir de arrimado, como los gatos. Herido. La crisis de la mediana edad. Enfermó hasta la incontinencia. Usa pañales de adulto. No huele. Vaya desgracia. Tan guapo. Con varios millones de pesos. Seguro su mujer lo dejó encuerado.
El domingo a las cinco de la tarde vuelve a casa. En Cumbres casi García. Dormita en el asiento del conductor de aplicación. El cabello huele a nicotina y alquitrán. Delira. La ciudad se viene abajo. El cerro de las Mitras tiende a llamar a los chamanes de todo lo ingerido, por la boca y nariz. Derrumbada. Babea.




