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Gerardo Ledezma

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Cuando la calle habla más fuerte que el gobierno

Ya les gustó, y vaya que en todo el país la manifestación fue seria, real y masiva. Claro, en la CDMX nunca faltan los golpes, los empujones y los madrazos que van y vienen entre bandos, como si eso fuera el sello local. Hoy la izquierda en el poder, esa misma que conoció las camillas cuando marchaba contra el sistema, ahora levanta la voz para defender a más de cien policías lesionados en el zócalo. Pero curiosamente nadie se toma la molestia de contar cuántos cristianos fueron golpeados, levantados o detenidos. Esa cifra no aparece en los informes, no existe en las mañaneras, no se presume en las redes oficiales.

Mientras tanto, la marcha vuelve a convocarse. Generación Z insiste desde sus cuentas: se repite la movilización el 20 de noviembre, a las once de la mañana. México no se rinde. Y no solo llaman a la capital; quieren que los estados repliquen las mismas rutas del movimiento anterior. Y es que los jóvenes aseguran que en la pasada movilización intentaron cercarlos, encerrarlos como si fueran animales en su propio país. Presumen que rompieron la jaula, que el gobierno les soltó los perros y aun así resistieron. Es su narrativa, su grito, su manera de decir que nadie se raja y que intentan quedarse en un país que les dé razones para hacerlo.

La nueva convocatoria confirma que vienen con ánimo de continuidad, que el activismo juvenil ya no es coyuntural sino un músculo que empieza a ejercitarse en varias ciudades. Pero desde el poder la explicación es la de siempre: infiltrados. Esa palabra mágica que sirve para deslegitimar cualquier malestar social que no convenga reconocer. Lo curioso es que el grito fue el mismo en todo el país: la violencia ya cansó. Así de simple.

Y es aquí donde el gobierno debería dejar de culpar al clima, a la oposición, a los infiltrados y al pasado. Si realmente la presidenta quiere caminar en paz, tendrá que empezar a deslindarse de quienes la hunden, no de quienes la cuestionan. Porque la narrativa del narco infiltrado en todos lados no se disipa con discursos; se enfrenta con decisiones de Estado, no con frases ensayadas.

Aun así, la presidenta insiste en recordar sus propias jornadas de resistencia civil, “organizadísima” y “completamente pacífica”. Afirma que marchó muchas veces junto a López Obrador sin romper un vidrio. Lo que convenientemente olvida es el detalle menor de haber paralizado Paseo de la Reforma durante meses, con pérdidas millonarias y cientos de empleos afectados. Pero claro: cada quien cuenta la feria según le fue.

Hoy la calle vuelve a hablar. Y cuando la calle habla más fuerte que el poder, es porque algo muy profundo se está desajustando. El gobierno puede seguir buscando culpables; lo que no puede es fingir que no escuchó. Por cierto, no estaría mal que tanto gobernadores así como alcaldes pongan a remojar sus barbas porque en una de esas…el Pueblo cansado de tanta pinche tranza los anda expulsando.