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Gerardo Ledezma

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Triunfos en la plaza, muerte en las calles y la tentación de adelgazar con pastillas

Otra semana que arranca con el mismo guion: discursos arriba del templete y realidad tirada en el pavimento. Mientras la presidenta Claudia Sheinbaum reunía a los suyos en la Explanada del Zócalo, con abrazos, banderas y un país que en el micrófono se pinta como sólido y acompañado, en Michoacán la tierra se abrió con un coche bomba. En Coahuayana no hubo fiesta, hubo restos, humo y policías comunitarios convertidos en víctimas. Cinco muertos, varios heridos y una escena que nadie en el poder se animó a llamar por su nombre hasta que la Fiscalía General de la República abrió carpeta por terrorismo.

El contraste es brutal y no necesita maquillaje. De un lado, la narrativa del país fuerte, soberano, invencible. Del otro, un Estado que no logra contener a los grupos criminales que ya no disparan al aire, sino que vuelan en pedazos instalaciones de seguridad. Y como siempre, el silencio: no hay responsables, no hay detenidos, no hay organizaciones que se adjudiquen el ataque. Solo versiones extraoficiales que apuntan a lo mismo de siempre: territorios calientes y la sombra cada vez más cercana del Cártel Jalisco Nueva Generación.

Y entre tanto ruido, también nos intentan vender el espejismo de la delgadez rápida. Porque mientras el país carga con cifras de obesidad que avergüenzan al mundo, aparecen las inyecciones milagro: Ozempic, Wegovy, Mounjaro. La Organización Mundial de la Salud ya les dio su bendición, los metió en listas esenciales y los recomendó para uso prolongado. Y claro, en un país de gorditos, la idea de adelgazar a golpe de aguja suena más atractiva que sentarse a cambiar hábitos.

Pero nadie dice en voz alta que esas pastillas no son magia. Que los efectos secundarios existen. Que se crearon para la diabetes y ahora se venden como atajo estético. Que no hay cuerpo que resista un sistema que engorda con comida barata y luego pretende adelgazar con fármacos caros. La contradicción es la misma que en la política: triunfalismo en el discurso, derrota en los hechos.

Nos dicen que el pueblo no está solo, que la patria se defiende, que no hay injerencias que doblen al país. Mientras tanto, la violencia se normaliza, la inseguridad avanza y la gente busca fórmulas rápidas para desaparecer lo que estorba, ya sea el miedo o los kilos de más.