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Por: Gerson Gómez

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La compulsión de los colores luminosos

La fábula cinematografía del Mago de Oz es demoledora. Mientras Dorothy desea volver a casa, tres acompañantes dispares buscan valores intangibles. Cerebro, corazón y valor.

Para los inspiracioncitas de la Inteligencia Artificial, el uso de la herramienta base es la solución a todos los problemas de la humanidad.

Tan solo con precargar los datos en el sistema, los logaritmos solucionan la ecuación. Cuadran en un lienzo la idea de Picasso. Construyen piezas musicales del tamaño de Vivaldi. Escriben libros epopéyicos a la medida de Dostoievski.

Las tareas estudiantiles se resuelven sin la gorrosa citación del formato universal APA. Los investigadores sociales y los docentes van a la deriva contra el artilugio informático.

Como el Mago de Oz, también, la Inteligencia Artificial es una máscara. Detrás de las posibilidades reales existe el acartonamiento, la perfección de un diseño en plantilla.

Jamás la I.A. tendrá la capacidad de sentir, como nuestra humanidad lo percibe, el acto de crear. La emoción del momento de concebir una idea. De llevarla en el proceso del escalón superior de la supervivencia mental.

Analizar las serendipias de los descubrimientos a la par. Incluso la frustración de las hipótesis negativas. La inteligencia artificial desconoce la envidia, el celo y la morbosidad de la visión del voyeur.

Volveremos a golpear los talones, como lo hizo la pequeña Dorothy. Theres no place like home. No hay lugar como el hogar. La inteligencia artificial no tiene casa. Solo circuitos integrados a una red interminable de ceros y unos. Sin valor, coraje y corazón.