La inflación de la cuesta
Comenzaron las filas en los centros prendarios. A donde se recurre por falta de liquidez. Cuando el gasto supera los ingresos magros. Para el alimento, los transportes a la chamba y hasta para lo no planeado.
Los electrodomésticos suntuarios. Del living a la vitrina de exhibición. Muchas de esas boletas se revenden a los coyotes. Ya habrá otra oportunidad. Para la televisión con conexión a la red de la información.
El ego no paga el gas, la luz, el teléfono ni las colegiaturas pendientes. Vivir en la nube de la esperanza retrata lo frágil de la simulación.
Aprendizajes a marchas forzadas. Mal endémico en el dna de los mexicanos. Nuestra indiscreta reputación abre las puertas en los barrios populares.
Los avisperos en los barrios resuenan atronadores. La música en las bocinas del insípido frente de la casa. Los vecinos se enteran del externo. Hasta del auto de cuarta mano. Le suenan las balatas, el mofle esta suelto y la dirección tiembla al entrar la tercera velocidad.
Es peor andar a pie o en camión. Justifican el pago del aguinaldo para la solución temporal. Comieron hasta hartarse. La bebida a raudales. Hasta los mayores, los abuelos, les felicitaron por ese paso tan valioso.
Para el pago de derechos no hay. Tampoco para el examen de conducir. Menos para el seguro mínimo contra daños a terceros.
La hipoteca del INFONAVIT rebasa la talacha. Deben inventar otras fuentes de ingreso. Hasta la tanda de la vecina. Ahí revienta la emoción de diciembre. En la cruda cruel del despertar de enero.