Los cazaferias
Al llegar la primavera se instalan. Lo hacen por barrios. En las alcaldías. En las delegaciones. Siguen el escrutinio de las festividades patronales. De las parroquias o en espacios públicos.
En Monterrey, por años, los famosos juegos mecánicos Manso. Incluso una de las fotografías del emblemático huracán Gilberto, en medio del río Santa Catarina, muestra la corona de los caballitos sino arrastrada por la caudalosa corriente de agua.
Sabemos de profesionistas del entretenimiento. Trazan la guía a vuelo de transito por las avenidas y calles. Al detectar territorios donde abundan familias e infantes, tramitan en las alcaldías los permisos de trabajar.
Hemos visitado en el instalado en el pueblo mágico de Villa de Santiago. Las botargas no oficiales del programa infantil. A treinta pesos la fotografía con el celular particular. A cincuenta pesos la imagen impresa al momento.
Allá la magnífica equilibrista juvenil. Con tres aros hula hula. Sobre el alambre. No pierde el equilibrio. Carretadas de aplauso. El evento es patrocinado por el candidato a repetir la alcaldía.
De las cuatro a las ocho de la noche, todas las atracciones son de cortesía. A la salida, los paseantes infantiles reciben una capa de superhéroe de color negra con alusivos en rojo del nombre del aspirante.
A los cazaferias no nos interesa la politiquería. Solo la rueda de la fortuna. El chicote. Las tazas locas y el monstruoso artefacto de monorriel circular.
Las interminables filas solo incrementan la emotividad de la espera. Después de las ocho de la noche, el precio por única ocasión es de veinte pesos por atracción.
Poco a poco se despuebla la feria. Y nosotros con ella.