Los verdaderos héroes
Salen desde muy temprana hora. En sus hogares la vida comienza antes del alba. Cubiertos de pies a cabeza. Los alimentos para calentar en papel estraza. Atiborrados en las insuficientes rutas urbanas.
Constructores de utopías. Talacheros del progreso. Especialistas en la supervivencia a las alturas o en lo subterráneo.
Castores paleando cemento. Organizados en cuadrillas. Apenas los ojos sobresalen de sus capuchas. A golpe de cincel moldean varillas rebeldes. Trenzan las columnas. Para ellos es inexistente pasar en la sombra.
Pierden varios kilos de peso por día. Contrarreloj asisten a sus patrones. Al deber de humanidad los capataces, contratistas, empresarios y gobierno, recorrer esas infames horas.
De seis de la tarde a seis de la mañana. Con ello le darán el suficiente reposo. Aventureros de cercenar cerros. Inmigrantes de mayoría. Acá hay chamba. La paga pasa por alto las situaciones extremas.
Después de las seis de la tarde, muchos de ellos apenas pueden sostenerse. Caminan con pasos cansinos. Por las avenidas luchan por subir de regreso a sus guaridas ardientes. Manecillas de poca licencia.
Deben cubrir las cuotas de los pagos. Los envíos y giros postales hasta las comunidades perdidas de donde salieron para no emigrar al gabacho, como le llaman a los Estados Unidos de América.
Se gana menos, se sufre igual. Las castas de supervivientes saborean la cerveza antes de caer noqueados en almohadas deshilachadas.
Viene la final del futbol mexicano. Eso esperan para el fin de semana. Tal vez tengan mejor suerte si van a un baile y conocen a una trabajadora doméstica, alguien igual a ellos. A quienes la vida, en las urbes, les retira, por unos cuantos pesos, su vitalidad.