En la bahía de la Habana vieja
Todas las tardes los jóvenes miran al horizonte. Observan la puesta del sol. Sueñan con el otro lado del mar. Las costas de Florida representan la urgencia de libertad. Del sueño añejo de enceres para la vida.
Juguetean con las olas. Remojan los pantaloncillos cortados. Tanta sal pegada al cuerpo. Bronceados de soledad y del infame bloqueo económico. La Patria comienza donde las privaciones son el negocio para los turistas y para quienes les llegan los dólares de sus expatriados familiares.
Pocos sacan las trampas donde caen langostas de vendimia y consumo en los paladares. Esas pequeñas fondas de alimentos en manos de particulares.
En la bahía de la Habana Vieja, sus habitantes tienen la suerte de procurar la limosna del turista. Intercambian horas en habitaciones climatizadas. La eternidad del socialismo se va a la cama con quienes están dispuestos a la gozadera.
Abunda el comercio informal de tabaco extrafino. Veneno del alacrán azul para los moribundos del primer mundo. Píldoras rejuvenecedoras para los decadentes aborasados de la sexualidad en la tercera edad.
Uno tras otro se lanza al océano de lágrimas. Salpican a la añoranza.
En los Estados Unidos de América, el presidente Joe Biden ha prometido como meta de campaña releccionista, cerrar las fronteras del sur, de rebasarse cierta cantidad de cruces ilegales.
Su oponente con proceso penal abierto, Donald Trump, sonríe desde el cómodo sillón de piel en su despacho de Big Shark.
Los musulmanes practicantes, los desertores cubanos, los talacheros mexicanos, todo centro y Sudamérica representa la bad people.
No way out. Deporten a todos. Cierren la frontera sur.