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Gerson Gómez

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Miel de papel

Quedaron en el pasado. Todos aquellos benefactores de la sociedad. Cada uno lo hizo a su forma. Dieron lecciones de humildad. Sin la necesidad de fundaciones. Conforme a la conciencia.

Acostumbraron a los empleados a verles como humanos. Compartir alimentos en el área común. Sin zalamería o derecho de picaporte para las oficinas generales. Conocían los generales de cada empleado.

Quienes estaban por casarse recibían apoyos misteriosos. También aquellos por convertirse en padres. La riqueza no se distinguió sino por el trabajo. Así progresaron todo el siglo 20.

Compraron terrenos a precios justos. Les dotaron a sus empleados de vivienda decente. Aún antes del advenimiento del INFONAVIT. Las razones de salud cubrieron con clínicas de gratuidad.

Sociedades de esparcimiento y deporte. Profesionalizaron a quienes les vieron dotes de liderazgo. Para eso, no solo las Universidad Nacional o las estatales. Dar continuidad a los modelos norteamericanos como el MIT.

Toda una generación de ingenieros en aulas bien organizadas. La excelencia no la perdida de tiempo. Esos prohombres en la capital y en las entidades federativas disfrutaron de la bonanza idílica de aquellos soñadores.

De aquellos hombres de miel de papel. No nacieron en la opulencia. Mucho menos en yates o en pent-houses con cientos de guaruras.

Les podrían llamar socialistas por el carácter de compartir las ganancias con los menos favorecidos.

Formaron creencias. Valores a perpetuidad. Excepto ahora. Sus nietos y bisnietos usan el encono de la deshumanización. Al aparecer en revistas del corazón. En sus viajes por el mediterráneo con sus nuevas mujeres. Amparados contra el pago de impuestos gubernamentales.

Confirmados como los malos de la historia. Preocupados por el bienestar de los animales. No de sus laboriosos y fieles empleados.