Arrogantes y fuertes
Sentimos el hueco profundo en el pecho. De un momento a otro. Angustiados, ajenos y desprevenidos. En las puertas de la madurez sufrimos en silencio.
La depresión es una enfermedad inhabilitante. En el exterior, nuestra carcasa, se puede sonreír. Actuar la mejor obra teatral. Al interior, se viene abajo todos los argumentos de la vida.
México ocupa el lugar 16 a nivel mundial. La salud mental en manos de profesionales, psiquiatras o psicólogos parece moda. Los servicios sociales médicos apenas atienden. Medicamento de por medio. Ajuste la dosis. Aquí comienza el viaje a la neutralidad.
El mayor consumidor de antidepresivos, nuestros vecinos del norte usan las píldoras como dulces al por mayor. También el alcohol, los cigarrillos, la cocaína, las metanfetaminas y los agregados del fentanilo.
Todo, para sentirse mejor. Para cegar la angustia. Continuar con los tres trabajos. Llegar al fin de mes. A tope cada una de las tarjetas. Están rotos desde dentro. Como lo hemos estado por algún tiempo.
Perder el empleo, el pago de los patrones al sistema publico de salud, deja a la deriva a millones de usuarios diagnosticados con depresión.
Cada uno, como tampoco antes, se entregaban las recetas completas, acudimos a las farmacias similares. El uso continuado del fármaco, del coctel, produce adicción.
Interrumpir su consumo genera crisis de ansiedad. Volver al hueco oscuro. La cueva húmeda de la incomprensión. Dormir tal vez 15 minutos al día. Confusión mental. Pedir ayuda es lo último. Somos, la mayoría, arrogantes y fuertes. Menos cuando el silencio del espejo muestra la imagen decaída. Del ser humano reducido a cenizas.