De gratis
El cambio es brutal. Muchos de los actuales infractores de la ley lo hacen a placer. Quienes roban al transeúnte, al ocasional, en la planeación de la situación de un hogar, no solo se llevan los artículos o valores.
Después de obtener lo ilegal, solo por el hecho simple lastiman, hieren o matan a sus víctimas.
Los nuevos accionares pasan por alto la resolución de la numeraria de homicidios dolosos. A un par de alumnos de preparatoria técnica, afuera de la tienda de conveniencia, a las 11.30 am, frente a la entrada principal del centro educativo, les robaron sus dispositivos móviles, además, como cortesía sanguinaria, los navajearon.
Auxiliados por los médicos y paramédicos, se les cuestionó sobre si conocían a sus agresores. En ambos casos, no. Jamás habían visto en vida al maleante.
Zona centro de la metrópoli. No existe el lugar seguro. Ni el botón de auxilio por paridad de género. Dos varones robados, acuchillados y marcada su vida por un desconocido. Ese es el verdadero costo, oculto, desviado, social, de la naturaleza de la deshumanización.
Navaja, cuchillo o pistola van unidas de la mano. Quienes laceran, con detenimiento, están en la franja de la minoría de edad. Los mayores actúan aun con máxima fiereza.
Ganan los reconocimientos de la fiereza. La maldad no viene fuera. De los inmigrantes extranjeros o nacionales. Nuestros domésticos, nacidos en la hosquedad de la periferia, continúan en libertad.
Impunes, locos y desmemoriados. Venden sus caricias de violencia solo por el placer. Los perpetradores suben al camión o al metro. Reparten entre sus camaradas para la caguama, el cristal o la ropa falsificada en los centros comerciales de baja denominación.
Algún billete manchado con la sangre de sus víctimas. Mire por encima de los hombros. Ya sea delante o en retaguardia, los agresores lo asechan.