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Los activistas de café
Se mueven displicentes. Llevados por el encono. La ira de estar como observadores. En las tribunas de los WhatsApp o el pódium de X, retan a los indestructibles. Ponen nombre, apellido y aspecto del funcionario cuestionado.
Arremeten con la polaridad, el menosprecio de los familiares sin la menor importancia. Nuestros activistas de cafetín poco salen. Jamás organizan marchas ni asisten solidarios contra las medidas unilaterales de papá gobierno.
Abruman a la retahíla de versos contra el munícipe, el gobernador, el presidente en funciones y los altos costos de la vida.
Su improductividad les permite rodearse de pensadores idénticos. Dispersos en las madrigueras del colapso mental.
Jamás ríen de sí mismos. Son omniscientes a la autocrítica. Los tiempos pasados fueron mejores. Tienen razón. Los robos al erario jamás aclarados por los imputados. Aplauden la holgura de los apellidos de alcurnia. Pasa por alto cada despilfarro o la manera clasista de referencia a los gobiernicolas.
Los activistas de café también conviven, sin saberlo, de los altermundistas de izquierda, los defensores de los derechos de la comunidad lgbt plus y hasta de los simpatizantes al estudio bíblico.
A todos les falta la experiencia. El ganar codo a codo las calles. Irrumpir con lluvia de amparos contra los cobros de impuestos por encima de la inflación.
Voltean a la mesera para la siguiente tasa de café. Dos sobres de suplemento falso de azúcar y leche en peligro de cortar en crema.
Cruzan los cables de la lentitud apolillada. Pagan cuenta sin dejar propina. En los dispositivos móviles les llegan las notificaciones al último posteo.
Viajan en shock. A donde pararemos si el presidente de la nación vecina ahoga las finanzas nacionales. En otra época, si en otra realidad, triunfan contra los enemigos invisibles.