
La verdad que incomoda: el Senado mexicano y su guerra contra el espejo
En un país con más de 100 mil personas desaparecidas, lo mínimo que se esperaría de sus instituciones es humildad y disposición para escuchar. Sin embargo, el Senado de la República ha decidido hacer exactamente lo contrario: atacar al mensajero en lugar de enfrentar el mensaje. Lo que debería haber sido una oportunidad para la autocrítica y la acción, terminó convertido en una defensa cerrada y casi histérica de un Estado que no ha logrado —o no ha querido— responder a una de las tragedias más desgarradoras de la historia reciente de México.
Encabezado por Gerardo Fernández Noroña, el Senado lanzó un pronunciamiento contra el presidente del Comité contra la Desaparición Forzada de la ONU, Olivier de Frouville, por señalar que en México hay indicios serios de una práctica sistemática de desapariciones. Más que negar los hechos con pruebas, los legisladores optaron por descalificar al organismo internacional y pedir sanciones. Todo, mientras madres buscadoras siguen escarbando la tierra con sus propias manos, ante el silencio y la indiferencia del Estado.
La reacción del Senado revela más que un simple desacuerdo. Expone un desprecio preocupante hacia las voces que exigen justicia. Amnistía Internacional lo dijo claro: en lugar de cerrar filas contra las observaciones internacionales, lo que urge es diálogo, transparencia y acción coordinada. No es una postura ideológica. Es una emergencia humanitaria.
Resulta paradójico que Fernández Noroña, quien en el pasado construyó su carrera política en la denuncia y la exigencia, hoy al frente de la cámara alta reaccione con la rigidez y el autoritarismo que tanto cuestionó. Olvidó, quizás, que estar en el poder implica rendir cuentas, no blindarse de críticas. Porque las cifras no son invento de la ONU, ni los testimonios salieron de la nada. Son historias reales, ausencias que duelen, familias que no pueden cerrar el duelo porque el Estado ha fallado sistemáticamente en su deber más básico: proteger la vida.
Cuando se prefiere el orgullo institucional a la verdad, se abona al olvido. Y en México, olvidar es perpetuar la impunidad. Si el Senado realmente desea defender la soberanía nacional, debería empezar por defender a sus ciudadanos. No con discursos vacíos ni con condenas diplomáticas, sino con acciones concretas que reconozcan el problema, lo enfrenten y lo remedien.
Cerrar los ojos ante una tragedia no hace que desaparezca. Solo nos vuelve cómplices.
Por cierto ayer mismo por la tarde mataron el emprendedor y dueño de Tacos del Julio, la verdad era hombre que fue creciendo poco a poco hasta lograr una cadena de taquerías, dando trabajo aún sin fin de personas y sus familias. Lamentablemente hay quiénes dicen que este hombre que en vida llevó el nombre de Julio Luna había ya denunciado que se trataba de que un grupo de individuos habían insistido en “cobro de piso” que ya sabe eso lo acostumbra la delincuencia organizada. Ojalá la autoridad de pronto con los culpables.