
Narco-corridos: ¿banda sonora de un país sin reglas?
En México, el límite entre la libertad de expresión y la apología del crimen se ha vuelto cada vez más borroso. La música, ese poderoso vehículo cultural, hoy también es campo de disputa entre el arte, el negocio y la violencia. Y aunque el gobierno insiste en que no hay censura, los narco-corridos siguen resonando como una banda sonora incómoda que muchos prefieren no cuestionar.
El reciente episodio en el palenque de Texcoco, donde el cantante Luis R. Conriquez fue agredido por negarse a interpretar corridos relacionados con el crimen organizado, revela mucho más que una simple reacción de fans decepcionados. Lo que estalló esa noche fue el espejo de una cultura que ha normalizado la violencia, la ostentación armada y el poder obtenido por fuera de la ley.
Mientras tanto, las autoridades siguen jugando al equilibrio. La presidenta Claudia Sheinbaum fue clara: no están prohibidos. En lugar de eso, se promueven alternativas como el concurso “México Canta”, una estrategia que busca difundir contenidos más positivos. Pero, ¿basta con eso?
En un país donde los fusiles aparecen más rápido que los libros de texto y donde la figura del “jefe” es más admirada que la del maestro o el médico, dejar que la cultura del narco se exprese sin restricciones es, como mínimo, una renuncia tácita a marcar una diferencia entre lo legal y lo moral.
Porque no se trata solo de canciones. Se trata de un discurso que glorifica la violencia y la impunidad, y que a fuerza de repetirse, se vuelve normal. Y lo normal, cuando se tolera en exceso, termina siendo ley. Nadie sugiere que se silencie al arte. Pero sí urge discutir los límites de la apología, la influencia social y la responsabilidad cultural de quienes tienen un micrófono en la mano y miles de oídos atentos.
México no necesita censura, necesita claridad. Necesita reglas, coherencia y valentía para poner sobre la mesa los temas que incomodan. Porque mientras algunos se debaten entre cantar o no cantar, afuera los “valientes” armados siguen dictando su ley, con corrido o sin él.