El aislamiento voluminoso
Concebimos las creencias como inamovibles. Les retiramos los tabús desde la palabra. Hemos sido cómplices de los derechos civiles igualitarios. Del reconocimiento legal.
Nuestra firma al calce. Entre los miles de ciudadanos conscientes. Al precisar entre las generalizaciones.
Desconfiamos de los liderazgos mesiánicos. De los exhibicionistas del libido alterado, chantajistas sociales frente a los periodistas y de los premios de consolación.
Encallamos en los reproches cada vez más intolerantes. Generación emergente y parricida. Les hace falta malicia. Hasta para decir sus frases como ustedes ya van de salida.
Adolescentes sin brújula. Ya crecieron en la neurodivergencia del tamaño de sus egos marchitos. Desean todo a cambio de nada. Por eso sus manifestaciones son violentas. Con botes de aerosol, encendedores, piolets, líquidos inflamables, tassers, y pimientas móviles.
Su activismo se sostiene en redes sociales. En apenas pequeñas células de aplaudidores de café, cerveza y mariguana.
Ciegos a la empatía, la sororidad, la autoeducación y los canales de posibilidad para el dialogo. Para todas esas minorías, nuestra posición mayoritaria, debe ser destruida.
Sus banderas son apuestas tramposas. Siete de cada diez aún no definen sus preferencias. Ni siquiera la deserción a las cadenas laborales. Compran experiencias aproximadas al suicidio de las pocas neuronas sin daño de nacimiento.
Los vemos en los antros. Al momento de aplicar o construir sus hojas de vida. Lanzándose a la era del vacío. A la generación liquida y soluble, de los tiburones del mal.