
Lo que comenzó como un trabajo de investigación para su Proyecto de Evaluación Final en la Universidad de Monterrey terminó convirtiéndose en una causa de vida para Debanny Ontiveros, recién egresada de la Licenciatura en Derecho. Inspirada por la experiencia de su hermano Fer, diagnosticado con autismo a los cuatro años, la joven jurista decidió centrar su estudio en una problemática que conoce de cerca: la exclusión educativa que enfrentan niñas, niños y adolescentes con Trastorno del Espectro Autista (TEA).
“Desde entonces, nos hemos enfrentado a numerosos retos en la búsqueda de un mundo inclusivo. El más importante ha sido la búsqueda de una educación inclusiva de calidad que le abra las puertas al goce de todos sus derechos humanos”, compartió.
El resultado fue una investigación jurídica que va más allá del análisis normativo. Con testimonios de familias, entrevistas con docentes y un examen crítico del marco legal, Debanny expuso cómo la falta de ajustes razonables, la escasa capacitación docente y el desconocimiento social sobre el autismo colocan a estos estudiantes en una situación de clara desventaja.
“La educación inclusiva de calidad, lejos de ser un derecho garantizado, se presenta hoy como un privilegio al que solo pueden acceder quienes cuentan con los recursos para buscar alternativas”, señaló. En la práctica, las familias terminan cargando con la responsabilidad de suplir las carencias del sistema: contratar maestros sombra, adaptar materiales o incluso capacitar a los propios docentes.
Debanny subraya que la inclusión no se reduce a permitir la entrada a la escuela: debe garantizarse el acceso a herramientas reales para el desarrollo académico y personal de cada alumno. “No todos los estudiantes con autismo requieren lo mismo. Por eso es indispensable que los docentes conozcan a sus alumnos y diseñen estrategias que respondan a sus necesidades específicas”.
Frente a estas barreras, su propuesta es clara: campañas de sensibilización sobre el TEA, tanto en las escuelas como en medios de comunicación y plataformas digitales, acompañadas de capacitación continua para el personal docente. “Decidí utilizar mi PEF como un espacio para evidenciar las formas en que se vulneran los derechos humanos, especialmente el derecho a una educación de calidad para niños y jóvenes con autismo”.
En este camino, contó con la guía de su asesora, Carolina González Pineda, quien la acompañó desde los primeros semestres de la carrera. “Su apoyo fue esencial para mantener la esencia del proyecto”, reconoció Debanny.
El trabajo le dejó lecciones profundas. “Estos nuevos conocimientos son necesarios para construir un mundo verdaderamente inclusivo, que permita a todas las personas ejercer plenamente sus derechos humanos, sin discriminación de por medio”.
Sobre su paso por la UDEM, recuerda con gratitud los aprendizajes, las amistades y el acompañamiento de sus profesores. “La Universidad me ha inspirado a trabajar siempre con integridad y respeto en la búsqueda de una sociedad justa e inclusiva”, concluyó.
Más que un proyecto académico, Debanny construyó un testimonio de lucha y sensibilidad que expone lo urgente: abrir las puertas del aula sin dejar a nadie atrás.
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