
Difamar a la difamación: el nuevo deporte político de temporada
En el circo binacional del narcotráfico, los papeles parecen intercambiarse con asombrosa facilidad. Ahora resulta que Claudia Sheinbaum, presidenta electa de México, ha decidido demandar por difamación al abogado Jeffrey Lichtman, defensor de Ovidio Guzmán. ¿El motivo? El litigante neoyorquino se atrevió a insinuar que Sheinbaum actúa como “brazo político” de un cártel, mientras también cuestionaba la sospechosa exoneración del general Salvador Cienfuegos durante el sexenio de López Obrador. Un escándalo que huele más a estrategia legal que a revelación moral.
Porque claro, en esta tragicomedia judicial nadie dice nada por ética. Todo se trata de negociar condenas, reducir sentencias y —por qué no— evitar pasar el resto de sus días tras las rejas. Así funciona el juego en los tribunales estadounidenses cuando se trata de narcotraficantes de alto perfil: de verdugos a víctimas, de capos a testigos protegidos. Es la justicia selectiva que a veces premia a quien mejor sabe contar su versión de los hechos, no a quien cometió menos atrocidades.
Lo verdaderamente escandaloso es que alguien se atreva a fingir sorpresa. ¿Qué esperaban que hiciera el abogado de Ovidio? ¿Guardar silencio estoico mientras su cliente se dirige directo a una celda sin ventanas? Lo suyo es hablar, acusar, embarrar a todos los que se dejen —especialmente si eso allana el camino a una sentencia más amable.
Pero también es verdad que, más allá de las acusaciones cruzadas y las demandas anunciadas con tono solemne, México sigue inmerso en una violencia que no cesa, una guerra que ya ni se menciona oficialmente, y una estrategia de seguridad basada más en el discurso que en resultados. Mientras tanto, personajes como Ovidio van y vienen de la cárcel como si se tratara de una aduana, y las Fuerzas Armadas —aquellas que alguna vez fueron símbolo de firmeza— cargan con el peso de decisiones políticas que las exponen y las degradan.
Y en ese escenario, las declaraciones incendiarias del abogado de un narcotraficante son apenas una chispa más en un campo ya en llamas. Que nadie se confunda: esto no es un asunto de dignidad nacional ni de defensa institucional. Es simplemente el capítulo más reciente de una narrativa donde todos hablan… pero casi nadie actúa.