La dimensión de la vida
Afuera del periodismo policiaco, la nada. En las páginas impresas, en las capsulas de los telediarios, en los podcasts de la intriga, en ellos, se les otorga la venia, el permiso para el sensacionalismo.
Sus consumidores, nosotros, vamos abrazados con el morbo. El interlocutor, el redactor, hasta el jefe de información, pasan tips, el consejo elemental, para explotar la noticia hasta sus últimas consecuencias.
Así el simple ratero de barrio se convierte en capo. El mariguano de la colonia, en el tubo contaminante con amigos en las bases sociales del autoconsumo responsable.
La fardera con deseos de superación cohabita en los televisores de fondas y loncherías. Nuestro periodismo de nota roja asciende al nirvana de los liberales. Santiguados los conservadores, científicos sociales y votantes del episcopado nacionalista.
Reality tivi es, a la par de la chatarra publicitaria, la venta, extorsión y transa de los dueños de los medios. A falta de ingresos por ventas, la republica de las secretarias y direcciones de comunicación, negocia la iguala mensual para todos.
Una nota mala equivale a cien mil horas de acoso, de guardia reporteril en las poblaciones reacias a compartir la bonanza financiera de sus alcaldes, gobernadores, legisladores, regidores y todo aquello terminado en poder.
Clavada la navaja de la podredumbre, del chacal apantallante y ocurrente, construimos nuevas leyendas. A eso le apuesta la sangre de los mercenarios rupestres de la información. A sacar partido en la casa de los espantadizos.