
El Bronco se salvó de las llamas… otra vez /Sarampión y drogas un mal que aqueja
Justo cuando pensábamos que el exgobernador Jaime Rodríguez Calderón había alcanzado el retiro dorado —ese en el que uno solo aparece para opinar en redes o dar consejos que nadie pidió—, reaparece en escena no por iniciativa propia, sino porque alguien, literalmente, le quiso quemar el cuarto. No en sentido figurado: un sujeto irrumpió en su casa en García, Nuevo León, y prendió fuego a una de las habitaciones. ¿Resultado? Un gimnasio ahumado, un escolta que tuvo que disparar y un agresor hospitalizado con custodia policial.
“Gracias a Dios, estoy bien”, escribió el Bronco, quien aclaró que había salido de su casa apenas diez minutos antes del incidente. Si la suerte existe, esa sí lo sigue queriendo. Él asegura que todo el personal está bien, que las autoridades ya están investigando, y que el ataque no debe tomarse a la ligera. Lo dice alguien que alguna vez prometió “mochar manos” y ahora, por poco, lo mochan a él en su propia casa. Ironías de la vida pública.
Pero mientras el humo se disipa en el domicilio del exmandatario, en el resto del país arde otra clase de incendios. Uno es el repunte del sarampión, esa enfermedad que supuestamente teníamos superada, pero que ya suma más de tres mil 500 casos confirmados en 20 estados del país. Casi la mitad en Chihuahua, donde el virus parece haberse sentido particularmente cómodo.
Y si los brotes infecciosos no fueran suficiente, la otra epidemia corre por otras venas: la de las drogas entre menores de edad. Según la ONU, casi todas las sustancias prohibidas —menos los opioides— han tenido un aumento “elevado” de consumo entre niños y adolescentes. Es decir, en México estamos mal… y vamos para peor.
Así que mientras uno se salva del incendio y otro se quema con las estadísticas, el país sigue encendido, ya sea por la violencia que entra a las casas sin invitación, por los virus que regresan cuando nadie los espera, o por las sustancias que arrasan en silencio. A veces, lo más peligroso no es lo que prende fuego, sino lo que nadie quiere apagar.