
Hay festivales que llegan para recordarnos que el arte no se mide en boletos vendidos ni en alfombras rojas, sino en la capacidad de abrir ventanas a lo inesperado. El Festival Internacional Santa Lucía arrancó su décimo octava edición con una propuesta que, más que un escaparate cultural, parece una invitación a ejercitar el músculo de la imaginación: una exposición donde los cuentos ingleses se visten con trazos mexicanos.
“A la hora del té” es más que un guiño literario. Es un encuentro entre ilustradores que decidieron jugar con el universo de Alicia, Peter Pan y compañía, trasladando esas historias a un muro que respira color frente al Horno 3. Cada pieza es un recordatorio de que la fantasía no tiene nacionalidad y que el arte, cuando se libera del elitismo, pertenece a todos.
El festival promete más de un mes de música, danza, teatro, cine, diálogos y exposiciones, con artistas de casi veinte países, pero sobre todo con una apuesta clara: dar espacio al talento local. Porque Nuevo León no solo produce acero y tecnología, también produce imaginación que se convierte en escenario.
La magia de los festivales culturales radica en su capacidad de convertir la ciudad en un laboratorio de emociones. Aquí lo gratuito no es sinónimo de improvisado, sino de accesibilidad. Monterrey se vuelve una galería abierta, un teatro sin paredes, un espacio donde niños, jóvenes y adultos pueden reconocerse en una historia compartida.
El Festival Internacional Santa Lucía no solo trae espectáculos, trae la posibilidad de recordar que la cultura, cuando es de todos, es más poderosa que cualquier frontera.
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