
El día infinito
Tomamos la jornada libre. Solo cumplir con los próximos profesionistas. Hace un año partimos por algunos minutos de esta dimensión. Traídos de vuelta por la vocación de los médicos.
En el recuento de daños, conocemos el estruendo de la memoria colapsada en corto plazo. Hemos extraviado el auto en la calle. Caminata bajo el sol de Monterrey por cuarenta minutos.
Ese perrito faldero siguiendo la sombra. Pesimista a destiempo. En la encrucijada de formar parte de las estadísticas de la criminalidad. Ir a colocar la denuncia. Protegerse de cualquier incidente donde involucre el prestigio del periodista y escritor. Ni Dios lo mande.
Aquellos 15 días en la Sala de Cuidados Intensivos fue el mejor curso de humildad, sencillez y claridad. Tensionantes, obtusos y alicaídos. Tan despampanante desnudez atendido por las enfermeras internistas.
Cuanto sopor, demasiado bochorno. Donde estoy. Esa luz blanca. Ese sonido del monitor de los signos vitales. Escuchar a medianoche, todas las melodías del grupo Marrano. Estoy en el infierno prostibulario. Malditos duendes. Para el fin de semana de los cuatro hospitalizados salieron tres en bolsa negra rumbo a la morgue.
Aun sigue vivo el del dos. Ese éramos. El integrante de ese lecho verde de una negligencia hasta ahora sin ruta creíble.
Los meses transcurrieron adoloridos. Tenemos una condición de salud incomoda. Como millones de seres humanos en el planeta. No pedimos compasión. Mucho menos las sonadas frases de ya estas bien verdad.
Sonreímos con desdén. Ya vimos a muchos amigos y conocidos emigrar al otro lado de la vida. Para hoy, brindar con un caballito de ojasé. Calmante natural y digestivo después de la cena. Hoy maduros más nunca viejos, ejercemos el desden y la indiferencia. Así lo plasmó Jorge Cantú de la Garza en el poema De vida irregular. Por muchos años continuamos con 19 años. Lo confirmo. Nada de exvotos. Solo la oportunidad de abrir los ojos y el corazón, quien ya descansó por tres minutos. Ahora a continuar arando al aire.
Gracias porvenir.




