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Gerardo Ledezma

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Cuando la seguridad se convierte en espectáculo

En un país donde la violencia organizada se alimenta de cada grieta en la frontera y de cada fisura en el discurso oficial, resulta casi irónico escuchar que el secretario de Seguridad federal, Omar García Harfuch, niegue haber sido víctima de un atentado el pasado 15 de septiembre en Polanco.

A decir de García Harfuch, las alertas son tantas que muchas se desestiman, incluso las que podrían parecer más peligrosas. Una residencia “muy pública”, utilizada como oficina, se convirtió en escenario de rumores y disparos que, al final, no alcanzaron a quien debería ser la prioridad de protección. La paradoja no pasa desapercibida: mientras se ignoran posibles riesgos en el corazón de la capital, la violencia y el crimen no cesan de encontrar su camino, muchas veces a través de fisuras que no se ven.

Mientras tanto, al otro lado de la frontera, la realidad adquiere un tinte aún más alarmante. Agentes estadounidenses detuvieron un cargamento con cientos de armas de fuego ocultas en remolques rumbo a México, con destino probable a cárteles de droga que utilizan estos arsenales para fortalecer su capacidad de operación. El hallazgo es sin duda significativo, pero no puede ocultar el hecho de que la mayoría de estas armas ya han cruzado libremente antes de que alguien piense en detenerlas.

Arrestar a un par de responsables es una medida puntual, pero no resuelve la fuente del problema ni frena el flujo que alimenta la violencia diaria en varias regiones del país.

Este contraste evidencia un desafío persistente: la seguridad no se improvisa ni se anuncia; se construye con vigilancia constante, coordinación real y medidas preventivas efectivas. Negar riesgos o celebrar detenciones aisladas mientras el grueso de la amenaza permanece activo es una narrativa que poco protege a la ciudadanía. México necesita menos titulares tranquilizadores y más acciones estructurales, porque la frontera, la violencia y los cárteles no esperan a que se confirme una alerta.

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