Coulrofobia en la Suprema
Salvo el vértigo, ninguna de las fobias que padezco son extremas. “¡Chiflazones!”, diría mi agüela. De todas, mi favorita es la coulrofobia, esa aversión irracional a los payasos. He tenido varias décadas para pensar en ella y he llegado a la conclusión que lo que en verdad me repele no es el personaje sino la máscara, así, genéricamente. Aunque… todos usamos máscara. Nuestro rostro verdadero es la democrática calavera, capaz de permanecer más o menos inmutable más de lo que duramos en la memoria de otros. Prefiero imaginar la risa fija de la calavera… porque la calavera siempre ríe. Supongo que es un buen indicador de que la muerte no es tan terrible y mucho menos aburrida. En cambio el rostro es la Luna inconstante… o la Fortuna: “statu variabilis, semper crescis aut decrescis”.
Como instrumento de comunicación, el rostro es el menos fiable. Supongo que por eso se posa para la foto. No recuerdo el nombre del jefe de área en El Porvenir que, hace años y con muy buen tino, eligió ilustrar noticias con fotos reales, no posadas. Nada de “toma la foto como que no me doy cuenta”, como esa regla narcisista en las redes sociales. Particularmente en los políticos, aquellas fotos furtivas descarnaban la máscara. Posar para la cámara es dialogar con el espectador: el periodista gráfico deja de ser un testigo para ser un instrumento. Malo cuando políticos y empresarios de medios aprendieron a utilizarlo. Al tiempo, el registro gráfico de la noticia política se aproximó cada vez más a la mascarada hasta, finalmente, rebasarla. Hoy es una perpetua función de payasos. No nos extrañe que los ciudadanos acaben por contraer la coulrofobia y reaccionen con menos risa y más repugnancia.
Una de las mejores funciones, por ahora, se dio en el Senado, con la actuación estelar de la fracción panista. Un auténtico auto sacramental bufo entre cadenas y pijamadas. Y qué mejores patiños que los morenistas que enmarcaron y acentuaron esa comicidad grotesca. Cualquiera, hasta con un miligramo de sensatez, dirá que el montón de leyes aprobadas por los morenos en una sede alterna debió decidirse con la participación de todos los senadores y en un debate razonable con las minorías. Sí, es lo correcto. Pero seamos honestos: en ninguna de las dos cámaras legislativas hay debate. Hay gritos, insultos, performances, mascaradas, chicanadas, pero no debate. Más aún, las minorías se portan como si fueran mayorías; y las mayorías se toman demasiado en serio su mayorazgo. En realidad vemos un duelo de zancadillas y pastelazos en las que cada facción se enterca en imponerse a la otra.
A reserva de que se analice correctamente cada legislación aprobada en el comité oficialista, el público debería aplaudir de pie el que le hayan pintado un palmo de narices a la oposición. Fue genial eso de ampliar el circo legislativo a tres pistas: Paseo de la Reforma, Xicoténcatl y Palacio Nacional. Esto promete diversión sin fin para solaz de propios y extraños. Seguro que la “Cámara Baja” no se va a quedar abajo ni atrás en cuanto a la calidad de esta deliciosa comedia de enredos. Eso sí, en tanto se esfuerzan por dar lo mejor de su arte histriónico, muchos medios, que de tan obedientes pueden llegar a ser bastante brutos, intentan desesperadamente seguir con su labor de comején de las figuras presidenciables morenistas, pero no pueden dejar pasar el circo legislativo. Es decir: difunden negativamente a los aspirantes oficialistas, pero deben embarrarlos en todas las notas cuestionables para el régimen. En teoría eso funciona; en la práctica, todo depende de la credibilidad del medio. A pesar de la intención, acaban por darle contundencia a sus soterradas campañas. Creo que se olvida que en estos tiempos el lector no lee todo un diario, y que de lo que lee elige lo que le llama la atención, y que, salvo los tontos (que los hay), no cree en lo que lee, lo interpreta. Así que presentan a “corcholatas” o acosadas o categóricas, se les compadece o se les admira. Además, la 4T picudea: amplía la agenda informativa, es decir, rebaja la eficiencia de las líneas editoriales en su contra. Pero, ¡ojo!, los gags, a fuerza de repetirse, dejan de dar risa. El repertorio mediático, opositor y oficialista, carece de dos factores importantes: periodistas y guionistas.
La jugada que los morenistas le hicieron a la oposición es reprobable porque va contra los principios de su movimiento, no contra los de la oposición que les da vía libre para cosas todavía peores. Pero creo que fue plan con maña. No creo que el más despistado senador morenista no previera que esas leyes aprobadas a mansalva serían llevadas por la oposición en andas y con devotas rogativas hasta la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Es decir, todos los reflectores del circo apuntarán hacia el supremo recinto ministerial. Recuerdo que en el rancho así cazábamos de noche a los conejos: lamparéandolos. No será muy cómodo para la suprema ministra Piña y los demás supremos ministros. A ver si por estar encandilados con tanta atención no acaban regando el tepache. ¡Otra pista más para este desangelado circo!
Visualizar tanto a la Corte parecería inocuo, o útil para difundir sus posturas. Pero la verdad es que el Poder Judicial siempre ha sido discreto. No está acostumbrado a tanto reflector. Durante muchos años los ministros fueron respetables desconocidos, y en muchos casos lo de respetables fue nada más por lo desconocido. Cada ley que ahora revoquen será coreada con “¡Vivas!” por la oposición, pero por más que lo justifiquen ante el respetable público elector, la lectura popular puede ser muy diferente. A los ojos de los mexicanos puede no verse como un acto legal, sino como la prueba de que es cierta la alianza entre la oposición y varios ministros. Peor aún, queda el regusto ácido de que el Poder Judicial está intentando gobernar por encima de los otros dos poderes. El Poder Judicial ordena al Poder Legislativo, el Poder Judicial frena al Poder Ejecutivo. Eso es lo que se percibe por más que bramen de gusto la oposición y de aparente rabia el oficialismo. Los mexicanos si acaso conocemos a los jueces de barandilla. Con ese antecedente no confiamos ni en el juez de barrio. Francamente, el Poder Judicial mexicano no le ha dado dignidad a las decisiones del estado, ni justicia a la nación. Hace muchos años que dejó de hacerlo. Si lo hubiera hecho no estaríamos tan amolados. Ahora, el oficialismo invitó a los ministros al show usando como personeros involuntarios a la oposición. Visibilizados hasta el cansancio, espero que los ministros tengan un buen repertorio de gags y buenas máscaras. Porque la función debe continuar, y de ellos depende si estas payasadas nos darán risa o sólo repugnancia.
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